La última vez que estuve en Ovalle era el funeral de mi papá. Pasé un par de veces por la ciudad, sin intención de quedarme, porque estaba convencida de que este lugar me dolía.
Esta vez fue distinto, iba dispuesta a recordar mi historia. Inicié mi camino por calle Libertad hacia la ex Escuela Nº 2 y pese a que hay un edificio en construcción, volvieron de golpe recuerdos del pasillo de entrada y la sala de kínder.
Lo mismo me pasó al ver que siguen intactos los mismos dos bancos frente a la plaza. Con la partida a mis 5 años, me quitaron la tranquilidad con que caminaba a la escuela con el clima perfecto. Llovía tan poco que cuando caían unas cuantas gotas, casi nadie iba al colegio. Ese es mi norte querido.
Las palmeras de la plaza, me parecieron tan, tan altas que me sentí pequeña de nuevo, como cuando tomaba vuelo en mi bici naranja para pasar por el puentecito y me sentía la niña más valiente del mundo. Parada sobre este mismo puente me siento feliz de nuevo.
Me bastaron unas horas para comprender que a mí nunca me dolió Ovalle… a mí me dolió el desarraigo y esa pena no me dejaba volver.
Me pareció tan grande mi ciudad, al saber que durante todos los años que no estuve se celebró la feria del libro, no me habría perdido ninguna. Quise visitar el hospital donde nacimos todos los de mi familia y aunque hoy el edificio lo ocupa la municipalidad, me sigue pareciendo un lugar tan conocido.
Volví a caminar por la Alameda, como tantas veces lo hice con mi padre y tuve la fantasía que le iba a encontrar echando la talla con sus amigos que vivían en esas casas donde hoy sólo quedan negocios.
Terminé mi viaje recorriendo el cementerio, leyendo en varias de sus lápidas los apellidos que se mencionaban en mi familia, varios de la generación de mi padre ya están allí, se llevaron con ellos la historia del Ovalle que recuerdo.
Y aunque en la Feria Modelo los “ovallinos de toda la vida”, me dijeron que “Ovalle está muy cambiado”, caminar sus calles, escuchar ese acento tan propio como inconfundible, el sabor del queso de cabra, me hacen comprobar que Ovalle nunca me dolió, a mí me dolió el desarraigo.
Ovalle querido estoy de regreso.
Al final, uno siempre vuelve donde fue feliz.
Patricia Gallardo Araya
Periodista