Estoy desayunando con la familia cuando suena el teléfono, y la Gorda, mi esposa, que va de paso hacia la cocina se apresura a responder.
– …
– No, señorita, no está en estos momentos. Salió para el trabajo.
Respuesta tipo, por si se trata de un cobrador bancario.
– …
– Ah, ya, del dentista. Sí, no se preocupe, él sabe que tiene que pasar por allá a las 10. 30 horas, muchas gracias …
– …
– Otra cosa señorita – dice la Gorda antes de cortar – Por favor podrían tener lista una camilla. Porque mi marido es tan cobarde y muchas veces se desmaya y hay que reanimarlo..
– …
– ¡En serio! ¡Se lo digo en serio!
Lo cierto es que en verdad les tengo terror a los dentistas. Casi tanto como a los temblores. Con la diferencia que el temblor llega de repente, me espanto, salgo arrancando de la casa, y una hora después regreso y continúo con mi vida con relativa normalidad. Pero con el dentista hay toda una preparación psicológica previa.
De partida, eso explica todas las veces que he postergado la visita en las últimas semanas no obstante las molestias.
– ¡Y cuando vas a ir al dentista, ah? – me pregunta cada vez que nos encontramos, el Marco, mi socio.
– La próxima semana, sin falta.
Es el síndrome procastinador que me afecta en estos casos. Todo dejarlo para el día siguiente.
Pero el momento ha llegado. La hora ha sido tomada y ya no hay vuelta atrás.
La noche anterior la he pasado horrible, dándome vuelta para acá y allá en la cama pensando en la cita del día siguiente. Cuando he conseguido pegar una pestañada he soñado con un dentista con el rostro embozado, una luz potente detrás de su cabeza para evitar que lo reconozca, una mano enorme armada con un taladro que suena, suena, y suena (Usted de seguro lo ha sufrido alguna vez, ¡no?) mientras se aproxima a mi rostro.
Y despierto sobresaltado, con palpitaciones y bañado en sudor.
– Te la llevaste a puras vueltas y saltos, anoche – me dice la Gorda, al desayuno.
Entonces llaman al teléfono y se me vuelve a formar ese nudo en el estómago, cuando la Gorda responde.
Concluido el desayuno, me lavo los dientes evitando mirar mi rostro lívido en el espejo.
Finalmente salgo, me pongo la chaqueta y el gorro y me dirijo hacia la puerta decidido.
Pero antes me vuelvo y les digo a los míos, con voz estrangulada por la emoción:
– Familia, por si algo pasara, les quiero decir que los quiero mucho y…
Me interrumpe mi hija Fernanda:
– Papá, que eres exagerado… Si vas al dentista nomas – dice.
La Gorda, solo mueve la cabeza en silencio.
Tal vez tengan razón, me digo en el trayecto a la consulta. Tengo que aprender a superar mis miedos.
Cuando entro, la secretaria me recibe con una sonrisa, algo irónica en el rostro.
Mientras espero la hora de mi atención, (la espera es lo peor), pienso si escribir un cuento o una novela de terror en la que el asesino sea un dentista, y la cómplice la secretaria que atrae a las víctimas con una sonrisa de sirena, como las de Ulises.
Finalmente se abre la puerta de la sala de atención y aparece el doctor.
– Adelante don Mario – dice extendiéndome sonriente la mano derecha
Entonces, digo como Julio Cesar al cruzar con sus tropas el río Rubicón: “Alea jacta est” (La suerte está echada), y traspongo la puerta donde me esperan inimaginables instrumentos de tortura.
Es que el dentista personifica para mí la suma de todos los miedos.
Joanna Bourke, historiadora de origen neozelandés, en su libro «El Miedo: una historia cultural», afirma que el miedo es, junto al amor, la más básica de las emociones humanas, y se dedicó a estudiarlo no desde el frecuente punto de vista psicológico, sino desde una mirada histórica, política, social.
Llegó a algunas conclusiones inesperadas. Afirma por ejemplo, que si bien hoy no tememos a brujas, diablos o la demoledora irrupción de la peste negra, vivimos sumergidos en el mismo clima de terror en que podría haber vivido un aldeano medieval. «Vivimos en un mundo sobrecargado de peligros: La alimentación, el cáncer, el cambio climático, la guerra nuclear, el terrorismo… estamos sobreexpuestos a información que produce miedo. La sociedad de la información nos bombardea continuamente con horrores. Tenemos la misma cantidad de miedo que en la Edad Media».
Uno de esos miedos, al menos en mi caso, es el dentista.
¡Y usted… a qué le tiene miedo?
Mario Banic Illanes
Escritor