InicioultimasOpinión¿Saben? Me he enamorado de una evangélica

¿Saben? Me he enamorado de una evangélica

PAMPINO-DETECTIVEPor favor, no es una de esas que se instalan los lunes en la plaza de Ovalle a predicar con un altoparlante, o las que se paran en la esquina de tu casa en el barrio a la hora de la siesta el fin de semana. Nada de eso.

De hecho el objeto de mi enamoramiento no es una persona de carne y hueso. Se trata de la Hermana Tegualda, la coprotagonista de la última novela de Hernán Rivera Letelier, “La muerte es una historia vieja”.

Algunos amigos que también la leyeron me han hecho comentarios desencantados de la novela:

–    Rivera perdió el norte al salirse de la Pampa para escribir una novela policial- me comentó uno.
–    No es la especialidad suya. Él tiene que seguir escribiendo sobre los mineros –  agregó otro .

Tampoco la crítica nacional la recibió con el entusiasmo habitual. Para decirlo suavemente, la recibió con tibieza.

Tienen mucho de razón estas opiniones. En especial que como novela policial sólo funciona a medias. Es la humilde opinión de alguien que ha leído cientos de novelas de misterio, desde la avieja Agatha Christie, Conan Doyle, pasando por George Simenon, hasta culminar con los autores que nos llegan desde Suecia o Dinamarca, Finlandia, que sé yo, que escriben unas novelas admirables.

Pero tengo que decir a favor de la novela de Rivera Letelier es que se lee de un tirón. Te agarra de un principio y no la sueltas hasta el final. De hecho, la leí en una sola noche.
Claro que después me acuerdo de un comentario que me hizo el mismo Hernán una mañana que compartíamos un café en el D Óscar, frente a la Plaza de Armas de Ovalle:

–    Desconfío de esas novelas que se leen con mucha facilidad – me dijo.

Y ahora recordé ese comentario suyo.
Un mérito de la novela, sin embargo  es que transcurre  en una Antofagasta cruzada por problemas muy contingentes: marchas estudiantiles por las calles reclamando por la calidad de la educación, corrupción política, delincuencia, la prostitución y en especial por la presencia de una enorme cantidad de inmigrantes, en su mayoría colombianos. Una lección del autor de cómo se puede, sólo con ocasionales pinceladas,  aprovechar estos elementos para crear  un telón de fondo a la trama central.

Lo segundo, y lo principal, es que no obstante los cuestionamientos anteriores al logro de la obra, me enamoré, así a primera vista de la protagonista secundaria de la novela: La Hermana Tegualda, secretaria del Tira Gutiérrez, antiguo pampino sin empleo y dedicado a investigador privado para ganarse la vida. Después de todo la necesidad tiene cara de hereje.

Menciono la primera descripción que hace de ella el autor: “Se dejó caer en uno de los sillones verdes y puso su cartera sobre su regazo, a modo de escudo. Siempre lo hacía así. Su falda le sobrepasaba las rodillas a más de un jeme y sus zapatones negros, con cordones y sin taco, se veían como recién lustrados”.

El cabello por lo general lo llevaba enroscado en un tomate sobre la cabeza, sujeto con pinches y trabas, y siempre “armada”  de un Nuevo Testamento de cubiertas negras

No obstante su aparente timidez, ella siempre está apostillando  al investigador, con comentarios irónicos y directos,  por sus costumbres livianas. Además, dato no menor, siempre da a su jefe el tratamiento de “caballero”, de una manera que “a él tanto le gustaba”.

A lo largo de la novela se va generando, tenue, como flotando en el aire, una especie de química entre ambos protagonistas tan distintos que hacen al lector preguntarse (al menos a mí) si ocurrirá al final algo entre ellos. Más aún cuando el detective no puede evitar descubrir bajo los ropajes conservadores de su compañera un cuerpo voluptuoso y sensual.

Pero no. En las últimas líneas del libro, después de cenar en un local, el Tira Gutiérrez la acompaña a tomar un colectivo, mientras una enorme luna se alza sobre los cerros cercanos a la ciudad de Antofagasta.

“Inmersa en sus ensoñaciones, la hermana Tegualda sintió la mano del Tira Gutiérrez rozando la suya. ¿Casualidad? ¿Intencional? No supo que pensar.

Se puso a mirar la luna”.

¿Convertirá Rivera Letelier “La Muerte…” en una saga? ¿Vendrá una segunda novela? Yo lo haría, pues tiene material y personajes para hacerlo. Y a lo mejor, ya habiéndole tomado la mano al género, con un mejor resultado literario

El hecho es que una vez que terminé de leer el libro me quedé en la oscuridad pensando en la hermana Tegualda: en su vestido largo, la blusa abrochada al cuello ocultando su sensualidad; los zapatones con cordones, el moño de tomate atado sobre la cabeza. Y armada con el Nuevo testamento. Talvez llamándome “caballero”.

Si se lo cuento a la Gorda, mi esposa, esta me dirá con ironía:

–    Tú te pasas enamorando de las mujeres de los libros..
Y tiene razón. Recuerdo cuando hace unos años me enamoré de un personaje secundario de las novelas del Comisario Montalbano, la Sueca Ingrid, que aparecía y desaparecía en sus novelas siguientes. Y que me hacían reflexionar los motivos por los que Montalbano no le pegaba una patada en el trasero a su novia oficial (que era una enfermera pesada de sangre) y se quedaba con la hermosa y simpática sueca.

También me enamoré hace ya varios años de Concepción ,  la protagonista del cuento de Machado de Assis, “Misa de Gallo”.
Y así, me voy enamorando aquí y allá, aunque a la Gorda no parece importarle.

Es probable incluso que cuando vengan amigas suyas a la casa, a la hora de la once, les comente risueña:

–    ¿Saben? El Mario ahora se ha enamorado de una Evangélica..

Mario Banic Illanes
Escritor

OvalleHoy.cl