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Cacerolazos en el barrio alto o la sopa de letras que has de beber

“Mucho pueden dar el buen cine y la televisión a los estudiantes normales, pero hay algo más: existe un alumnado al cual yo conozco bien y es el del estudiante libre, es decir el autodidacta. Este es precisamente el más heroico y el más digno de ser ayudado”  Gabriel Mistral .

Fue en 2010, lo recuerdo claro, estaba en el que fue mi hogar junto a mi ex mujer en Santiago. Fue un día para mí especialmente triste. Sebastián Piñera llegaba al poder y la derecha recuperaba su sitial perdido desde la Dictadura. Fue duro el momento del país, pero fue mucho peor escuchar el bullicio infernal. Los gritos y bocinas se mezclaban en una algarabía de gritos con más de una alusión a Pinochet.  Alejandro Zambra en su novela Formas de volver a casa también relata la desazón que le produjo la llegada del ex dueño de Chilevisión a la Moneda al mencionar su desencanto con la “raza chilena”. Los ¡C-H-I-CHI-L-E-LE… Viva Chile y Pinochet! Se reproducían como ecos de la muerte. Hoy nuevamente vemos una gran revuelta.

Ayer el barrio alto de Santiago volvió a exigir su derecho –válido- a vivir en paz y sin delincuencia. Lo hacen con cacerolazos, a la usanza de las protestas contra la tiranía. Hoy, claro está, y guste o no, estamos en democracia. Nada de malo en los cacerolazos, pero sí les pediría a los protestantes un poco de imaginativa publicitaria; nunca es bueno recurrir a las armas de tu némesis, dicen. “Gente de bien”, con un buen pasar económico y que han contado en su mayoría de una educación de calidad gracias lo que pueden pagar, reclaman por su seguridad. La pregunta me genera ruido: entonces, ¿por qué no hacen lo mismo cuando el empresariado roba a destajo y a todos los chilenos?… ¿Conflicto de intereses? Las razones dan lo mismo, el tema de fondo es la educación. Sólo un mejor y mayor acceso a ella podría garantizar que las próximas generaciones tengan una mentalidad diferente, más acorde a los tiempo y sucesos actuales, y solo así tendrán el ánimo de limpiar todo el lodo del pasado y reformar un país diferente. Es en este sentido la importancia que toma la designación de la Ministra de Educación; Adriana Delpiano, y es ella quien encarna sino la gran esperanza de que la reforma educacional se lleve a efecto.  Es de esperar que de una vez se retome el diálogo, que los profesores sean escuchados y respetados y que todos en Chile puedan optar a una educación que les garantice, al menos, una visión más realista y acorde a sus realidades, sin caer en modas, sin estereotipos y, por favor,  sin cacerolazos de quienes amparan el actual y heredado sistema educacional chileno.  Mi lealtad con el gobierno está, precisamente en hacer notar cuando creo se equivocan. Yo apoyo a los profesores.

Por Cristián Brito Villalobos
Periodista, magíster en literatura P.U.C.
Escritor.

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