En muchos ciudadanos causó repudio e indignación la acción del oftalmólogo Carlos Schiappacase. Se levantaron voces llamando a un linchamiento público y a la funa. Son los tiempos que corren…siempre habrá una cámara que delate nuestros comportamientos. En fin, ese es otro tema.
Sin embargo, situaciones semejantes a las experimentadas por la asesora del hogar y la perrita lazarillo, ocurren a diario en nuestro terruño, país donde se hace notar la diferencia según lo han relatado muchos inmigrantes que aportan a la nación. Para los que hemos vivido en carne propia situaciones de discriminación, el profundo dolor deja una huella imborrable que repercute, a veces de manera severa, en la propia imagen personal y en las relaciones sociales.
Pero una lectura que va más allá de las víctimas, nos interpela a la sociedad en su conjunto, sobre todo en lo cotidiano: en este país hipócrita nada se dice por su nombre y nos llenamos de eufemismos y diminutivos: el no vidente, el negrito, la rellenita y el poco agraciado, síntoma de una idiosincrasia que poco o nada ha madurado desde que somos república. Aparte que nos encanta elaborar leyes que después no se leen o no se cumplen (¿hemos leído la ley 20.609?). Entonces, cuidado con rasgar vestiduras y levantar banderas antidiscriminación, porque en la acción desmedida y malévola del Sr. Schiappacase nos reflejamos claramente con nuestras miserias, defectos y debilidades.
El desafío, ineludible e imperioso, está en el aporte personal de cada ciudadano a la construcción de una sociedad que termine de una vez por todas con los comportamientos discriminatorios y, sobre todo, despertando la conciencia de la aceptación del otro como un ser digno, con los mismos derechos y obligaciones… ¿será mucho pedir?.
ROBERTO PAZ RIVERA
Profesor de Estado