Mientras caminaba entre los árboles menudos, que se dignan dar sombra en los calurosos bajos del montañoso hogar de las chinchillas, mis pies casi tropiezan con una llamativa estructura de paja y barro, de formas redondeadas, que parecía haber quedado olvidada en el trayecto por su talentoso artífice.
Sin pensarlo dos veces, desplegué mis brazos y levanté en mis manos esta pequeña obra de arte, para observarla de cerca. Aunque no era la primera vez que observaba un nido de zorzal, una vez más me sorprendí con los detalles de su confección.
Seguramente, los fuertes vientos del día anterior lo habían arrancado de las ramas que lo sustentaban, en todo caso, era visible que no era obra de la última temporada y seguramente sus fugaces ocupantes, ya adultos, hoy integran el coro que en cada amanecer anuncia la llegada del día, haciéndose sentir en cada rincón de estos parajes semiáridos.
Este simpático hallazgo, trajo a mi mente el recuerdo de un espectáculo que hace algún tiempo, me brindó gratuitamente una pareja de zorzales a pocos metros de la ventana de la oficina de esta Reserva Nacional, cautelada por Conaf.
Recuerdo que me encontraba inmerso en los papeles, cuando por el rabillo del ojo me pareció ver una forma alada, que llegaba hasta las ramas de un árbol cercano a la ventana, una vez allí emitía un sonido parecido al de un suave zapateo y luego se retiraba con la misma rapidez que había llegado. Con esta forma indirecta de observación visual y auditiva, pude captar que esta operación se repetía con cierto intervalo de tiempo.
Intrigado por lo que sucedía, hice un alto en mi quehacer y me dediqué a observar a través de la ventana; a partir de ese momento, pude apreciar detalles insospechados de una obra que se levantaba frente a mí, sobre una rama de Molle a sólo dos metros del suelo, la construcción paso a paso de un nido de zorzal.
Con perfecta sincronía, los zorzales llegaban de a uno a la vez, portando su carga de hierbas secas en el pico, rápidamente se instalaban semi echados en la base del nido y una vez que ubicaban la paja en el interior, giraban su cuerpo con gran rapidez, efectuando un zapateo rítmico en el piso del nido, moldeando en el giro los contornos del interior de su obra, con un simultaneo y suave aleteo vibratorio.
Al día siguiente, mi sorpresa fue mayor al constatar que mis vecinos alados, habían pasado a otra fase en la construcción de esta cuna artesanal. A diferencia del día anterior sólo uno de ellos se había hecho cargo de la obra, en esta nueva etapa el macho oficiaba de albañil.
Siempre había visto los nidos de zorzal estucados con barro en su interior, pero nunca había tenido el privilegio de presenciar el momento en que se lleva a cabo este prodigio de albañilería artesanal.
Al principio, me pareció que el zorzal llegaba hasta el nido sin su cargamento habitual de paja y observe que traía el pico muy abierto, como si estuviera agitado. Sin embargo, al mirar con mas detalle me di cuenta que transportaba en su garganta, una carga de barro. Lo que observe a continuación me dejó maravillado.
Durante toda esa mañana estuvo acarreando material para su obra, regularmente hacía viajes alternados, primero paja, luego barro y así sucesivamente paja y barro, sin embargo ocasionalmente repetía las dosis de paja o de barro, según la necesidad.
Me sorprendí al ver que esta extraordinaria ave, podía discernir que material había que reforzar, según el avance de la obra y más aun al observar que cuando esparcía el barro en la pared interior del nido, le imprimía mas fuerza al aleteo, seguramente para adherir mejor el barro en la paja.
Después de varios días de incesante actividad, por fin concluyó la faena, cesaron los interminables traslados de paja y barro. Ahora por el contrario al observar por la ventana, se podía ver en todo momento a uno de los zorzales echado en el nido, en absoluta quietud.
Aunque no me era posible mirar al interior del nido, me resultaba fácil imaginar los huevos, se había iniciado la cuenta regresiva, la pequeña pero fantástica obra emplazada en las ramas del molle, se había convertido por fin en una promesa de vida.
Por:
Mario Ortíz lafferte
Técnico Agrícola
Guardaparque/Conaf