Una mirada a las nuevas tendencias neuroeducativas.
Constantemente me preguntan ¿qué es la neurociencia? Y al reflexionar respecto a esa interrogante y la importancia que tiene conocer sobre nuestro cerebro, se puede percibir la necesidad por aprender de esta disciplina, fundamental para fortalecer la motivación de las personas, relacionada con el desarrollo del máximo potencial, con las emociones y la capacidad de inhibir conductas limitantes, con la flexibilidad cognitiva al realizar múltiples actividades sin perder la atención en lo esencial.
Además, se enlaza con la consolidación de la memoria y otorgar significancia al aprendizaje y, ¿por qué no?, con entregar una mirada más positiva de nosotros mismos, una oportunidad de mejora continua es decir, sentir para aprender.
En algunas ocasiones escucho a padres, amigos, profesionales y otras personas relacionadas directa e indirectamente con la educación preguntándose: ¿Por qué a mi hijo o estudiante no le gusta aprender? ¿Por qué no tiene interés en lo que enseño? ¿Por qué ellos tienen una conducta disruptiva?
Expresiones como «Las generaciones de ahora no son iguales a las de antes!» o «No sé a qué vienen a la escuela», «Estoy agotado», «No sé qué hacer», «Me siento sobrepasado», «Ya no les interesa aprender», «No se esfuerzan», día a día hacen que el desafío sea grande.
En estos años he comprendido lo fundamental de basar nuestras prácticas en la evidencia y el conocimiento del cerebro, nos entrega paciencia, asertividad, credibilidad profesional y nos permite desarrollar nuestro máximo potencial lo que trasciende y da luz al aprendizaje para toda la vida.
Entonces, ¿Por qué es importante tener una sólida formación en los estudios del cerebro?
Si vamos a enseñar, a desarrollar habilidades, a liderar y entregar un mensaje considero tres argumentos importantes que debemos mencionar para responder esta pregunta, el primero es para discriminar los neuromitos presentes en la educación, estas son creencias erróneas sobre el aprendizaje y la conducta, los cuales nos hacen perder tiempo en acciones desacertadas que sólo limitan a nuestros estudiantes.
Un ejemplo de ello se encuentra en la legislación educativa actual, el decreto 83/2015 menciona los estilos de aprendizaje, y debido a su mal interpretación es que se aplican test para identificar si nuestros alumnos aprenden de forma kinestésica, auditiva o visual, y al tener los resultados se focalizan las estrategias en solo una forma de enseñar, sin embargo, cabe destacar que las investigaciones desde la neurociencia muestran que el aprendizaje se consolida a través de la estimulación de todas las áreas sensoriales dando mayor énfasis en la experimentación y simulación, esto asociado a que los procesos mentales relacionados con la memoria ocurren en el hipocampo, estructura que pertenece al sistema límbico que tiene como rol la producción y regulación de los estados emocionales.
Por ello, es fundamental estimular la emoción a través de una experiencia de aprendizaje por lo cual no solo se aprende observando, moviéndose o escuchando sino más bien integrando todas las aferencias sensoriales, esto ocurre debido a que el avance del conocimiento es más rápido que el de las actualizaciones de las políticas educativas por lo que queda un gran desafío que nuestros legisladores y autoridades deben superar.
En segundo lugar, pero no menos importante, permite identificar las propuestas de seminarios, talleres y/o capacitaciones que dan múltiples instituciones, que profanan de la ignorancia frente a este tema, ofreciendo a establecimientos e instituciones educacionales, servicios y estrategias basadas en esta disciplina, ofreciendo neurodidáctica, neuroestimulación, etcétera. Y más que el prefijo “neuro” no tienen nada de fundamentos neurobiológicos o sobre variables que determinan el aprendizaje (determinantes neurocognitivos o biopsicosociales).
Por ello es importante abordar un tercer punto: basar nuestras prácticas en la evidencia, es decir para aprender a discriminar, ser efectivos y asertivos a la hora de enseñar debemos tener una mirada desde el conocimiento del cerebro, para ello, se debe abordar el concepto de neuroeducación que se refiere a la relación entre las neurociencias, disciplina que estudia el sistema nervioso desde los niveles moleculares y celulares con énfasis en la conducta; la psicología, ciencia que estudia los procesos mentales, las sensaciones y la conducta del ser humano en la interacción con el medio ambiente; y la pedagogía que tiene relación con las metodologías y las técnicas que se aplican al aprendizaje y la educación.
Cuando hablamos de neuroeducación hacemos referencia al papel que juega el cerebro en el aprendizaje y la conducta.
Podemos reflexionar que aún estamos a muchos años de tener la neurociencia en el aula, trabajando bajo los paradigmas educativos planteados hace más de 20 años, capacitando docentes en base a metodologías que no son contextualizadas a la realidad cognitiva, emocional y social.
Cómo profesionales de la Educación tenemos la responsabilidad de generar un puente entre las neurociencias y la educación, debemos aprender sobre ello y desarrollar un lenguaje propio, pues la desactualización permite que se generen estereotipos como que el docente no tiene dominio sobre sus prácticas y constantemente recibimos duras críticas sobre la pésima educación de nuestro país.
Educar es difícil y complejo, desarrollar el potencial del ser humano requiere un gran esfuerzo y es un constante desafío, año tras año hemos tenido los mismos resultados y dificultades, por ello esto es una invitación a la innovación, al cambio, a atreverse a descubrir un nuevo camino pero con más herramientas que nos ayuden a iluminar el sendero que debemos recorrer. No es una panacea que nos entregara una receta sino más bien es conocimiento que nos ayudara a potenciar y ser más efectivos en nuestra pasión que es educar.
Por Marco Antonio Barraza
Profesor – Magíster (c) en Neurociencias de la Educación