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Volantines en el cielo

Son las seis de la tarde. En el cerro hay muchos niños. Unos  colocando tirantes y la cola a los volantines que han fabricado desde las tres . La cola es muy larga, la cola es muy corta, los tirantes no quedaron a la distancia que deben de las cañas que son el esqueleto del volantìn.

Cuatro dedos a la derecha, cuatro a la izquierda, una cuarta hacia abajo. Todo debe ser perfecto. Otros ya elevan cambuchas de diarios.  Algunos ya  luchan por “mandar a las pailas” al volantín del contendor. El que usa hilo curado se lleva los insultos del  resto pues así es una lucha desigual.  Con las hondas hacen puntería para  romper  el volantín ganador que usó  la artimaña. Son las reglas.

 Hay otra competencia intrínsica, una que lleva semanas gestándose:  quien llega más lejos con su volantín.  Han reunido  y añadido carretes y carretes de hilo  durante septiembre. El ganador  es quien lleve lo más alto o lejos posible su volantín.   Hay varios competidores con distintos diseños: el  de papel  diario, el de la bandera chilena, uno con forma de escudo.  No falta el del Hombre Araña o los Thundercats que acapara la atención; estos últimos son de plástico  y el nylon que usan no es muy largo. Son comprados, algo así como de segunda clase para los niños y niñas que ven el espectáculo y qu están acostumbrados a tardar horas en hacerlos con sus padres o abuelos.  Un par de niños usan los “chupetes”, esos volantines sin cola que tienen un  alocado ascenso. Mantenerlo arriba era toda una ciencia y por lejos son los “más capos” quienes osan mantenerlos en el aire.

 Ya sea porque falla el viento, los tirantes, la cola o sólo por la impericia de niños de diez años, muchas veces  se cae un volatín. Entonces el amigo incondicional  debe llegar hasta allá para, a la cuenta de tres, lanzarlo hacia arriba mientras  al otro extremo uno intenta “tirantearlo” para que tome vuelo nuevamente.  Aquellos que habían logrado elevar lo más lejos el volantín que en ocasiones parecía un puntito en el cielo azul,  tenían dos opciones: recoger el carrete para volver a usarlo el día siguiente o cortar el hilo y mandarlo “a las pailas”. Era emocionante eso. Algunos estaban tan alto que quienes perseguían el volantín podían tardar más una hora en regresar, si es que lo encontraban.  Igual como  en “Cometas en el Cielo” de Kaled Husseini.   Septiembre estaba lleno de volantines, por todos lados que mirabas el cielo se vestía de cometas. Lindo recuerdo.

Hoy son las seis de la tarde. Nos detenemos  en el Crucero del Amor . Miramos hacia las poblaciones de arriba, hacia el valle: NADA. Hoy 18 de Septiembre  no hay un solo volantín en el cielo. ¿Dónde están? Nada. Los niños y niñas deben estar jugando en el celular, cuellos encorvados, viendo un computador o alguna serie en Netflix. Ya no es igual.

Miro a mi hijo adolescente y le propongo llegar a la casa a hacer un volantín con papel y cañas. Sin levantar la vista de su móvil me responde que mejor compre uno. Lo pienso bien, no tengo cañas.

En la esquina de Laura Pizarro con El Mirador hay un señor vendiendo volantines de plástico, claro, no hechos a mano. Me detengo a comprar uno “¿cómo le va con la venta?” le pregunto mientras elijo uno con la imagen de Iron Man (bien patriota como ven) .

Mal pues jefe, este es el segundo que vendo hoy – me responde.

Nos vamos a Punitaqui a dar una vuelta. Allí  se ve uno que otro volantín en el cielo. Nos bajamos con el cometa de Iron Man y si bien no es lo mismo que haber construido mi propio volantín como antaño, vuelvo  a sentirme niño ante la mirada capciosa y casi vergonzosa de mi hijo adolescente a quien obligo a lanzar hacia arriba el cometa mientras yo tiranteo para que agarre vuelo. No es como antes, pero es algo.

Me juro que mañana o el viernes o el próximo septiembre  buscaré cañas, neoprén, hilo, papel de diario y le enseñaré a mi hijo a hacer un volantín y lo vamos a elevar aunque sea el único que vuele por los cielos vacíos de Ovayork. Lo prometo.

Por K Ardiles Irarrázabal
Columnista

OvalleHoy.cl