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A la Gorda no le gustó que me invitaran como jurado del Festival de Cine

Cuando la Gorda, mi esposa, supo que estaba invitado como Jurado al 15º Festival de Cine de Ovalle de inmediato se empezó a pasar películas.

Me imaginó rodeado de hermosas actrices, o de directores o productores que apenas terminadas las funciones me arrastrarían al primer local nocturno para llenarme de wisky, y tal vez a una casa de esas en las que (me han contado) hay niñas simpáticas.

– Tranquila Gorda. Si ahí van a estar el Marco y el Ángelo – digo para tranquilizarla.

Claro que para ella, ninguno de los dos es garantía de confiabilidad. La última vez que regresé de madrugada a casa, cantando a voz en cuello, “Despacito” y “Dame dos de azúcar, dame tres de azúcar…” fue para una reunión con ellos. Y después el reclamo de los vecinos.

– Cero confianza con las reuniones con esos dos – dice mientras plancha.

Mis hijas revisan en un folleto del Festival la lista de invitados y arrugan la nariz.

– ¿No estarán el Benjamín Vicuña o el Jorge Zabaleta? – preguntan leyendo hasta la letra chica.
– No, no estarán ellos.

La llegada de mi compadre Ramón, que vive a dos cuadras de la casa, soltero, jubilado de una Caja de Compensación, y que viene todos los días a la hora del almuerzo, no arregla mucho las cosas.

– Compadre, a lo mejor lo descubre un Director como actor. Usted da perfectamente como actor de carácter, una especie de galán maduro – dice mientras prepara con una marraqueta un sánguche de pernil, tomate, lechuga y abundante mayonesa.

La Gorda, que plancha unas camisas lo observa a la distancia como pensando si será capaz de comer todo eso y dormir en la noche.

– Para una película de terror, claro, tío Ramón – dice una de mis hijas.

Y todas se atacan de la risa, incluida la Gorda.

La verdad es que ser Jurado fue una experiencia enriquecedora. Sentarse en la oscuridad del cine y observar con detención cada una de las películas en la competencia, no como cuando uno se sienta ante el televisor con una cerveza en la mano para una cinta filmada con millonarios presupuestos, y doblada del ingles, sino unas más breves, habladas en chileno y producidas con ínfimos recursos técnicos y económicos. A puro punche.

Y no puedes evitar reflexionar que detrás de eso hay el esfuerzo y la ilusión de gente joven, en algunos casos con mucho talento, que buscan en la expresión visual un camino para el futuro.

Y ahí hay confundidos realizadores de experiencia, con otros no tanto y unos terceros que recién están en sus primeros balbuceos, en los primeros pasos. Es decir, mezcladas peras con manzanas, lo que me parece injusto.

Es verdad que no siempre estos trabajos son logrados, o derechamente son fallidos. Pero lo importante no es eso, sino que el esfuerzo que hay detrás de todo, pienso.

Aunque al final uno como jurado se tiene que sustraer de aquello y evaluar la calidad del producto: la calidad de la fotografía, la coherencia del mensaje, la buena dirección, etc. No la intención, o la buena intención.

Quizás se debería instaurar un Premio a la Mejor Intención.

Pero fue una buena experiencia. Conocer a gente nueva, “colegas” del jurado que tienen mucho que enseñarme, ver el esfuerzo de los organizadores y que a menudo no es reconocido con una proporcional asistencia de público.

Bueno, es el sino de quienes hacen cultura en regiones.

Y el compadre Ramón que insiste:

– En serio compadre. Hoy las espectadoras están prefiriendo a galanes maduros como nosotros.

– ¿Maduros? Podridos diría yo – dice la Gorda, plancha que plancha.

La firme es que no me disgustaría incursionar en una aventura fílmica. No como actor, desde luego, sino detrás de las cámaras.
Me imagino con un gorro y sentado en una silla que diga “DIRECTOR”, con un megáfono en la mano dando la orden:

– Escena 3, Toma 6 … ¡ACCION!

Y escuchar el sonido de la claqueta.

En una de esas me veo en el próximo festival presentando mi propio filme.

Bueno, cada cual se pasa sus propias películas ¿no?

Mario Banic Illanes
Escritor

OvalleHoy.cl