Al mediodía de ayer martes nos aproximamos a la esquina de las calles Miguel Aguirre y Libertad, frente a la parroquia San Vicente Ferrer y nos llama la atención un grupo de personas que rodean a un joven y a una gitana.
Todos increpan a la gitana acusándola de haber robado al joven. La mujer se defiende y luego se aleja por calle Libertad hacia el oriente en medio de los gritos e insultos de las personas. La victima llora y las mujeres intentan consolarlo.
Minutos más tarde el incidente no ha terminado , pero vemos a la distancia a la joven víctima y a un carabinero ciclista que conversan y luego el policía se aleja por calle Miguel Aguirre.
Cuando llegamos al lugar y consultamos, hay opiniones diversas. Una de ellas habla de una persona que vio a la gitana, luego de separarse del grupo, levantarse la falda para ocultar algo en entre sus ropajes interiores. “Tiene que haber sido la plata que le robó al niño este”, dice.
Otro agrega que ahora carabineros está buscándola para interrogarla. Uno más afirma en cambio que ya la detuvieron y recuperaron el dinero robado.
Un tercero mueve la cabeza:
“Para que tienen confianza en las gitanas si saben que los van a robar. Nunca aprenden”, comenta.
Lo cierto es que la nuestra es una ciudad que es muy apetecida por aquellos gitanos que hacen del engaño una forma de vida: gran cantidad de personas de baja educación y cultura proveniente de pueblos rurales que aún creen en las artimañas de los zíngaros, y que se dejan seducir cuando alguna de estas se aproxima a leerle las líneas de la mano. Otros a su vez no tienen la firmeza de carácter para negarse cuando una de ellas se aproxima y los aborda.
M.B.I.