InicioultimasOpiniónAires de Primavera

Aires de Primavera

20 - 10 - 14 mario ortiz
Mario Ortiz Lafferte

Al ritmo de la primavera, el montañoso paisaje de la Reserva Nacional Las  Chinchillas, se fue tiñendo con un suave verdor,  que prometía cubrir los ásperos relieves pedregosos de tierra endurecida y gravilla, hasta convertirlos en un incomparable jardín adornado con la singular belleza de las flores silvestres.

Lo anterior, es una respuesta espontánea a la lluvia que a principios de invierno penetró el suelo reseco, inundando cada partícula de tierra que se encontraba a su paso, envolviendo con su húmedo manto silencioso incontables  semillas y bulbos dormantes, de las más variadas formas y tamaños.

Sin embargo la anhelada explosión de vida primaveral, quedó a medio camino con la ausencia de nuevas lluvias, que eran necesarias para que este proceso pudiera llegar a su plenitud. Por su parte, las aves parecen querer ignorar esta lamentable realidad, llegando a todos los rincones de la serranía con su melódico mensaje reproductivo.

La marcada sequía que por este año parece irreversible, trae a mi mente el recuerdo nostálgico de otras primaveras, en que la humedad de la tierra y el calor del sol se confabulaban para desencadenar mágicos procesos, que se evidenciaban con el transcurso de los días, cambiando el rostro del paisaje semiarido.

Las primeras señales que marcaban el inicio de este sorprendente acontecimiento de la vida silvestre, ocurrían en la secreta intimidad del suelo, miles y miles de semillas que parecían inertes se hinchaban como si cayeran bajo el influjo de una metamorfosis irreversible, hasta romper en una fantástica eclosión, dando inicio a una nueva generación de vida vegetal.

Infinidad de frágiles y delgadas hebras blanquecinas, emergían como si se desenrollaran desde el interior de las semillas, abriéndose paso en la tierra húmeda en una urgente búsqueda de la luz, movidas por un incontenible impulso conocido por los eruditos como fototropismo positivo.

Al llegar a la superficie, se asomaban a la luz del día investidas con el color de la clorofila, pintando el paisaje a ras de suelo del más vivificante verde primaveral, como una extensa alfombra tejida con gramíneas, alfilerillos e infinidad de  hierbas anuales, que cubrían planicies y faldeos cambiando por un instante la impronta del paisaje semiárido.

En pocos días, el verde manto herbáceo comenzaba a teñirse de sorprendentes tonalidades, formando mosaicos de colores casi insospechados. En un abrir y cerrar de ojos, el azul intenso de las flores del azulillo, se dejaba ver por todas partes, como si un inspirado artista invisible salpicara el paisaje con pinceladas de cielo.

Imposible olvidar el entorno del hogar de las chinchillas, tapizado con las flores de los huillis endémicos que se mecían al viento sobre sus tallos flexibles, en un suave baile de matices  lila y blanco, desplegando su delicada coreografía entre rígidos arbustos, que sin poder sustraerse a la contingencia del momento, lucían reverdecidos con su indumentaria primaveral.

En otros sectores de este variado mosaico floral, la forma tubular de las añañucas y el rojo apasionado de sus pétalos, se contrastaban con la suave albura de las ilusiones del campo y su vaporoso manto de aspecto nupcial, desplegado entre grandes flores de incienso de amarillo intenso.

En medio de tanta diversidad, siempre llamó mi atención una pequeña planta conocida comúnmente como “huasita”, mentada Clarkia por los botánicos, cuyo frágil y delgado fuste se abre paso entre especies más robustas, tratando de prevalecer en un verdadero mar de hierbas olorosas.

En primaveras generosas, la delicada “huasita” se levanta casi tímidamente desde el suelo, coronando la cima de su delgado tallo con la turgencia de un enorme botón, que finalmente se abre como un sombrero, para dar paso a una explosión de intensos pétalos rosados, que irrumpen en la escena haciendo alarde de un inesperado y fugaz despliegue de energía diseño y color.

Por su parte y sumándose al mandato de la primavera, los suspiros del campo de hábitos rastreros, adornaban el suelo con sus frágiles pentáculos albicelestes, haciendo honor a su nombre (elegans) con su aspecto volátil y la delicada elegancia de su diseño.

Mientras que los habitualmente grises y desfoliados carbonillos, de troncos retorcidos y aspecto añoso, lucían renovados engalanados de blanco cargados de flores inmaculadas, otorgando a las abruptas laderas un inusual aspecto de paisaje nevado.

Por ahora los efectos de la sequía nos siguen privando de estas maravillas, sin embargo algunas flores obstinadas se las han arreglado para hacerse presente y regalarnos su jurasica y cautivadora expresión reproductiva.

El relicario tricolor, una enredadera anual de flores matizadas de amarillo, negro y rojo,  extiende sus guías trepando las rígidas cactáceas columnares, las que sin oponer resistencia se muestran decoradas con sus delicadas flores, como si se tratara de las más efímeras guirnaldas.

La alcaparra y el Paihuén, con sus arbustivos follajes reverdecidos, lucen sus inflorescencias amarillas que se destacan en el paisaje marcado por la sequía, como si quisieran comunicarnos que a pesar de la adversidad climática, se encuentran bajo el seductor influjo de los aires de  la primavera.

Mario Ortíz Lafferte

Técnico Agrícola
Guardaparque/Conaf

OvalleHoy.cl