Durante estos días celebramos, de modo muy sui generis como todas las últimas celebraciones, los días del patrimonio cultural. En estos días vemos la ciudad y sus íncolas con otra mirada, quizás más tradicional, más respetuosa si se quiere. Hemos visto por redes sociales que se ha destacado a varios personas, edificios, tradiciones como parte de ese patrimonio material e inmaterial que muchas veces , lamentablemente nos cuesta respetar o reconocer fuera de estos días.
Innumerables personas de nuestra ciudad y sus alrededores pertenecen a ese patrimonio inmaterial que de una u otra forma han contribuido al desarrollo cultural de nuestra ciudad. Aquella señora meica conocedora de la hierbas y males de ojo que ayuda a sus vecinos; el maestro mecánico que lleva años en su taller reinventándose años tras años junto a la modernidad de los automóviles , el maestro que arregla nuestros zapatos, la señora del carrito en la plaza, los profesores y profesoras de cada colegio que también han tenido que reinventarse, las abuelas de las poblaciones, los dirigentes sociales, los trabajadores recolectores; el señor de los quesos, las señoras y jóvenes que salen a ayudar a los indigentes, los taxistas con sus autos negros /amarillos, el Orfeón municipal, No sé, tantos y tantas otros/as que no valoramos como corresponde. Desde lo material, el TMO aunque no conservó mucho de lo de antaño, el trébol de la plaza, la Plaza misma, la fachada del museo, la estructura de la feria, los restaurantes, los cafés, los Peñones y sus infinitas historias como la del “Cuero”, el Valle del Encanto, las iglesias que se caen a pedazos y tantos otros.
Sin embargo hay un “patrimonio B” por decirlo así, situaciones, lugares o personajes que se han ido quedando, para bien o para mal – no me corresponde a mi juzgar a alguien – como parte del devenir y cultura de nuestra ciudad. Se me ocurre los semáforos que pronto cumplirán un año o más sin funcionar bien ( eternamente el del mall, últimamente el de Mirador con Laura Pizarro, un día funciona , al otro no); pienso en los plumilleros que se aglomeran en medio de la suciedad en Ariztía con Socos; los machetes nuestros de cada día que están siempre en la botillería de enfrente pidiendo una moneda tío, una moneda papi ,con todo respeto; los indigentes que duermen a lo largo de la Alameda; la basura que bota la gente ignorante e inconsciente en caminos rurales y otros lugares públicos como en la Avenida Costanera; pienso en algunos personajes anquilosados años y años y años en puestos de servicios públicos; en el comercio ambulante que vuelve y vuelve a pesar de todo y todos; incluso ya podrían ser parte del patrimonio B los ociosos que publican Fake News en las redes sociales o peor aún, quienes las creen y las replican; podría ser hasta la sucursal del Banco BBVA que hoy es una demostración de la implosión social, digo, estallido social; quizás veamos como patrimonio las filas en bancos o en los negocios (siempre estuvimos horas y horas en esos lugares para los trámites , la diferencia es que ahora esperamos afuera) y un largo etc , etc, etc.
Fuera de ironías, al final, si lo pensamos bien, casi todos somos parte del patrimonio de la ciudad. Como sea, bien, mal, regular, con nuestro aporte o sin él, somos parte de la cultura, de la vida de nuestra ciudad.
Ojalá estos días de incertidumbre e incertezas nos sirvan para atesorar el terruño, y a las personas; ojalá este tiempo nos sirva para cuidar la ciudad que nos cobija, a sus habitantes, a sus tradiciones. Somos parte del micelio que bulle bajo nuestros pies.
Por K Ardiles Irarrázabal
Columnista