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Cómo sobrellevar el encierro en la Cuarentena

Llegado el séptimo día de cuarentena en mi casa, en la familia todos nos miramos las caras sin saber qué hacer para sobrellevar el encierro.

Más aun cuando la Gorda, mi esposa, me escondió los zapatos y el gorro para evitar que salga de la casa con cualquier pretexto:

«¡Pero Gorda, hay que ir al supermercado, abastecer la casa!»

«Nada de cosas, ya nos la arreglaremos con lo que tenemos», dice ella categórica.

«Pero que cosas vamos a hacer aquí poh».

Porque en estos días hemos probado de todo, inventando juegos, haciendo tareas específicas, desempolvando el viejo juego de la Lota, etc… pero ya no se nos ocurre nada.

«Contemos cuentos , que cada uno invente un cuento» propone la Pepa, mi hija menor.

Sin embargo su propuesta no tiene acogida, porque argumentan que el único que es bueno para los cuentos soy yo. Y reflexiono si tal vez pudiera aprovechar la ocasión para escribir un segundo Decamerón y que la posteridad me recuerde como el Bocaccio ovallino.

Y volvemos a mirarnos unos a los otros, sin atrevernos a abrir la boca.

De pronto alguien propone que cada uno cuente al grupo familiar el capítulo de la novela o la película que vio la noche anterior en la televisión. “Nada más fácil y tal vez salga algo entretenido”.

La Lobita sale la primera en el sorteo y cuenta una historia de Masha y el Oso, que ella ha interpretado a su manera y mezcla con temas de Pepa Pigg y Vampirina, pero bueno, al menos nos hace reír y aporta una nota de frescura al momento.

Le toca el turno a la Pepa, mi hija menor y mamá de la Lobita,  que en los últimos días se ha zampado una maratón de Anathomy Grey, y narra el que vio la noche anterior, que por lo truculento nos deja a todos tiritones y llorando a moco tendido. Por suerte el asunto era para relajarnos.

«¿Por qué mejor no hacemos otra cosa?», pregunta la Gorda, aunque yo sé que es para eludir su turno.

Nada de eso. Yo jamás me perdería la oportunidad de escuchar a mi esposa contar el capítulo de una novela de la televisión. Si es como comenta lo que escuchó en la mañana en su visita al almacén , tiene que ser entretenida.

En definitiva escoge el capítulo de Fatmagul que vio anoche en el Mega.

Hasta que me llega el turno.

Y cuando les digo que en las últimas horas lo único que he visto en la televisión son las noticias, con lo del Coronavirus, rechazan la propuesta y me piden que cuente un capítulo de Elif, la novela turca que después de cinco años en TVN, está en sus tramos finales. Y de la que , según ellas, no me pierdo capítulo.

«Bueno, allá vamos», suspiro.

Y les cuento que la mala de la novela, es una vieja rubia teñida, que mandó presa a la mamá de Elif, y ha tratado de matar a su hermana (la de la mala y no la de Elif, porque Elif es hija única) para quedarse con la herencia, y de eliminar a la Elif, a la que nadie le cree que la mala en verdad es la mala y no la pobre Melek que está en la cárcel, que en estos meses con su ejemplo convierte en buenas a todas sus compañeras de calabozo y que estas cuando la Melek recupera la libertad, en un mar de lágrimas y de abrazos (lo que no es aconsejable con esto del coronavirus) se comprometen a retomar sus vidas lejos del delito, de las drogas y la violencia. Pero también hay un profesor, que tiene una mamá pesada pesada, al que le gusta la mina rica del barrio, una viuda con un hijo, y el Kerem (¿Por qué todos los turcos se llaman así?) que es el dueño de la empresa y está enamorada de una de sus secretarias, y que los dos se hacen ojitos, pero el Kerem cree que esta se entiende con el Gerente y ya no se miran, y al final la rubia mala se encuentra con la Melek y le advierte que tenga cuidado con ella porque será la próxima víctima, porque ella también asesinó a la abogada que sacó a la Melek de la cárcel y la enterró en el bosque…

«Papá, no sé», interrumpe mi hija menor, » Hubiera preferido que nos hubieras contado las noticias», dice .

«Si, Tata, es mejor que no sigas».

Y la Gorda, de pronto se acuerda:

«Oye ¿y porque no mejor aprovechas de ir a barrer y a ordenar tu oficina? Haces un recuento de ratones, arañas y murciélagos. Tal vez después de todo salga algo bueno de esto», dice.

Y no se porqué creo percibir en ella un ligero tono de sarcasmo.

Y mientras subo las escalas a la Oficina pienso:

«¿Y, bueno, ahora que vamos a hacer mañana?».

No se me ocurre nada. Y quedan todavía seis días.

Mario Banic Illanes

Escritor

OvalleHoy.cl