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Desde la muerte de mi hermana no había escuchado la típica frase: “Es la voluntad de Dios”

Desde la muerte de mi hermana no había escuchado las típicas frases: “Es la voluntad de Dios”; “Dios sabe por qué hace las cosas”; “Dios lo quiso así”…

Y al oírlas, ineludiblemente me vuelvo a enfrentar a ese Dios cabrón que tanto odié en aquel momento. Ese ser que impone con indolencia su soberana autoridad. Implacable. Incuestionable. Demoledor.

Las misas oficiadas en los funerales más bien parecen un vano intento por justificarlo, mientras los deudos buscan consuelo en quien no se apiadó de ellos y los sometió a tal dolor. Es perturbadora la imagen de ese Dios, nos ata de manos y nos victimiza.

Todo toma un matiz distinto, sin embargo, cuando lo concibo delegándonos las riendas de nuestro propio destino; permitiéndonos ser alfareros en vez de barro; concediéndonos desarrollar libremente nuestra creatividad; y confiriéndonos la decisión sobre nuestros nacimientos, acontecimientos y muertes. La vida no nos pasa por encima, no nos sucede simplemente, no es una sinrazón impuesta, es la melodía o el desafino que cada uno compone.

El Creador nos hizo creadores, a su imagen y semejanza, y nos regaló un libre albedrío verdadero, sin condiciones. Nuestra eternidad es hoy: la vida y la muerte son sólo una transmutación, un ir y venir constantes, una onda expansiva.

Patricia Badilla

Escritora

OvalleHoy.cl