Al cumplir 194 años de vida, Ovalle se encuentra en un momento decisivo de su historia. Fundada en 1831 como un enclave agrícola en el valle del Limarí, nuestra ciudad hoy enfrenta desafíos que ponen a prueba su identidad y futuro. Mientras las celebraciones oficiales resaltan el pasado glorioso y a figuras controvertidas, sus calles nos interpelan con problemas urgentes: la sequía crónica que amenaza su esencia campesina, la inseguridad que erosiona la convivencia y una economía que lucha por reinventarse. Este aniversario no puede ser solo un ejercicio de nostalgia, debe convertirse en el punto de partida para rescatar lo mejor de nuestro legado y enfrentar con decisión los retos del presente.
La relación de Ovalle con el agua siempre ha definido su carácter. El río Limarí, que inspiró versos y sustentó generaciones, hoy es apenas un recuerdo en muchos tramos de su cauce. Necesitamos políticas hídricas audaces que combinen tecnología ancestral con innovación, donde los sistemas de captación de aguas lluvias y la modernización de riego vayan de la mano con una nueva legislación que priorice el consumo humano.
El tejido social de Ovalle enfrenta otra amenaza silenciosa pero igualmente grave: la inseguridad. Los robos con violencia han aumentado en forma preocupante, transformando lugares emblemáticos como la Plaza de Armas o el Centro, en zonas que muchos evitan al caer la tarde. El narcotráfico ha encontrado en las poblaciones un terreno fértil para expandirse. Frente a esto, las soluciones requieren tanto de firmeza como de inteligencia. Más carabineros en las calles son necesarios, pero insuficientes. Integrar el excelente sistema de monitoreo con cámaras en los puntos estratégicos con programas de prevención que involucren a jóvenes en riesgo, podría marcar la diferencia, como ya ha demostrado en otras ciudades.
Nuestro patrimonio cultural, otro pilar fundamental de la identidad ovallina, debe ser potenciados aún más: el trabajo en torno al Teatro Municipal, debe ser respaldado por las autoridades, pues se ha convertido en un centro neurálgico del trabajo en cultura. El Museo del Limarí, guardián de nuestra memoria diaguita y colonial, debería ser uno de los atractivos más difundido entre los propios ovalinos y ovallinas y llenarse durante los fines de semana. Fortalecer el circuito turístico nocturno, que una estos hitos con espectáculos de luz y sonido y otras manifestaciones, podría revitalizar no solo los edificios, sino toda la economía cultural local.
El desarrollo económico requiere mirada larga y acciones concretas. Atraer inversiones que generen empleos estables, más allá de los trabajos temporales agrícolas, debe ser prioridad. Ofrecer beneficios tributarios a empresas que capaciten a jóvenes en energías renovables y tecnologías aplicadas a la agricultura podría crear un círculo virtuoso entre tradición e innovación. Para eso, el papel de los CFT presentes en la ciudad es muy importante.
Las próximas décadas de Ovalle se definen hoy. Necesitamos menos fotografías protocolares y más proyectos ejecutados; menos discursos grandilocuentes y más rendición de cuentas transparente. Las nuevas generaciones esperan señales claras de que su ciudad apuesta por el futuro sin renunciar a su alma provinciana.
Al soplar estas 194 velas, Ovalle tiene ante sí una encrucijada: quedarse anclada en la nostalgia o emprender con valentía el camino de la transformación. Los fundadores nos legaron una ciudad resistente, capaz de sobrevivir a sequías y terremotos. Nos toca ahora honrar esa herencia construyendo una Ovalle donde el agua vuelva a correr, donde las plazas recuperen su alegría y donde ningún talento joven tenga que irse para prosperar. El mejor homenaje a nuestra historia será escribir, entre todos, un nuevo capítulo de prosperidad compartida.