Una cálida tarde de febrero, hace 27 años, una bandada de pájaros migrantes decidió descansar de su largo vuelo en la verde arboleda que en esta plaza les llamaba. No conocían este remanso de plácida brisa, de ondulada belleza, pero se encantaron con la estatura de sus árboles donde apacentaron sus alas dulces. Y les agradó el entorno donde se cobijaron y sus cantos no se hicieron esperar.
Y aunque pocos, algunos paseantes iluminados les alimentaron sin vergüenza, celebraron su alto vuelo y el color prístino de su trinos.
Luego debieron marcharse estos alados emisarios, dejándonos en la atmósfera un perfume de tierras altas, de primaveras y luna nuevas.
Mas, a la vuelta del verano, la canción de la palabra volvería a tener descanso en este oasis del Norte verde; a anidar en sus altas ramas, inundando de colores la ribera oculta de nuestro corazón.
Y desde este tiempo, la ciudad aguarda cada año esta epifanía. Y en la eriaza tierra nuestra, abonada por este légamo de verde aliento, han brotados primores que estrenan sus trajes multicolores; las noches se llenan de versos y es la palabra la que establece su reino, y de este reino somos deudores por dos semanas de sueños.
Son los días que nuestros alados visitantes se nos hacen amigos, el tiempo donde les acogemos en nuestras casas y ellos nos regalan el misterio de sus voces, el paisaje de antiguos caminos, el color profundo del hondo secreto.
Hay que estar atentos, el oído despierto, dejar que la brisa original refresque nuestros patios ocultos y escuchar el rumor brumoso de las hojas vertidas, para que su tenue sonido ilumine nuestro estro.
Porque hemos devenido de los artífices de la línea y el símbolo, del surco hendido que grabó nuestro sentimiento, de la alta prosapia que habitó nuestra tierra y de la cual, heredemos somos y testigos de una vocación a la belleza y el canto.
La convocatoria está abierta, el llamado se expande por nuestras avenidas limarinas: vendrán los augures lejanos, los profetas anunciando, los aedas del canto exaltado, y en cada frase enunciada repicando, en cada verso rimando su aliento subirá como flama acompañando nuestro paso, para que mañana en las tardes otoñales, mirando el horizonte venga a nuestro recuerdo el perfume de estas flores del manto albo, inolvidables estaciones de la aventura de ser… hombres.
Alfonso de la Vega