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Hacer de su vida la empresa de Cristo

Cristo vino a este mundo no para hacer una obra solo, sino con nosotros, con todos nosotros, para ser de un gran cuerpo cuyas células vivas, libres, activas, somos nosotros. Todos estamos llamados a estar incorporados en Él, ese es el grado básico de la vida cristiana… Pero, para otros hay llamados más altos: a entregarse a Él; a ser solo para Él; a hacerlo norma de su inteligencia a considerarlo, en cada una de sus acciones, a seguirlo en sus empresas, más aún,¡¡hacer de su vida la empresa de Cristo!!; para el alma generosa, ¡¡su vida es la empresa de Cristo!! (Palabras de Alberto Hurtado, Semana Santa para jóvenes, 1946).

Desde nuestro Bautismo, Confirmación y en la Eucaristía estamos llamados a vivir nuestra fe, e ir fomentándola cada día en la expansión de su Cuerpo que es la Iglesia.

Debemos ser conscientes de esta responsabilidad discerniendo si mi vida va en el sentido que Dios me ha regalado, ya que por amor he sido creado. Es cierto que por la vida uno va clarificando su fe; cómo no recordar esa niñez, en la que -en un pueblito del norte Sotaquí donde nací- el patrono era el Niño Dios que en enero celebrábamos su fiesta, allí se congregaban desde el más modesto campesino hasta los dueños de fundo con  un fervor admirable, son imágenes que fueron marcando en mí a este Jesús cercano y a este Padre Dios en esa dimensión humilde de cercanía con todos los sufrimientos que las personas llevábamos.

Luego en Santiago inserto en el Colegio Salesiano Alameda donde realicé mis estudios, fui aprendiendo a conocer más a Dios y madurando más mi fe. En mi juventud en la Comunidad Juan y Pablo, dependiente en esos años de la Parroquia San Pedro y San Pablo, en un grupo juvenil me fui incorporando más a la Iglesia con el ejemplo de grandes pastores: el Padre Manuel Donoso y el Padre Esteban hombres de fe que me fueron mostrando el verdadero rostro de Cristo, ese que se hace parte de la vida de los más pobres, de los más sencillos, de los más sufridos y en esos años acompañando en el dolor de esos pobladores que sufrieron con la represión y la fuerza.

Es ahí donde nace en mí vivir el discernimiento para la vida religiosa, con los talleres de líderes cristianos y comprometidos con la sociedad, en construcción de este Reino de Dios, siguiendo las enseñanzas recibidas en los Evangelios.

Parto con este relato ya que hoy en día es bien frecuente escuchar que para qué ir a misa, para qué se habla de los Evangelios, si Dios no existe ya que todo lo que he logrado es base a mi esfuerzo, hay una cultura tan individualista en que todo se logra solo con el esfuerzo que realiza cada uno. Otro fenómeno que también dificulta llevar un mensaje de esperanza es en medio de tanta situación que algunos han cometido, como los abusos contra niños y jóvenes, por ejemplo.

Si basta mirar en nuestras comunidades: solo se ven adultos mayores y alguno que otro niño y solo porque se están preparando para su primera comunión; el Papa Francisco nos llama a salir de las periferias, pero debemos estar convencidos de llevar la alegría del Evangelio, haciéndonos eco en nuestra vida de esta responsabilidad, si no estamos convencidos vamos  a ser tibios en nuestros mensajes para salir al encuentro se requiere la audacia que tuvieron las primeras comunidades que se fueron desarrollando mostrando a los otros la fuerza del Resucitado, siento que deberíamos ser como Quijotes en la lucha con los molinos de vientos que encontramos en nuestra sociedad, solo basta interesarse en las personas, escucharlas, acogerlas.

Estas pequeñas enseñanzas nos permitirán de verdad empatizar con lo que siente o tiene en su corazón el otro, con esto se rompe toda desconfianza y se llega con un mensaje esperanzador, con una nueva actitud de estar convencidos de nuestra fe, como lo dice el Padre Hurtado: Cristo vino a ser su obra contando con cada uno(a) de nosotros. No basta quedarnos con grandes discursos o planificaciones, sino más bien dejando de lado las comodidades de sentirnos que somos muchos, hoy en cada lugar donde se está insertó debemos mostrar al Cristo Resucitado; ese que transformó los miedos de sus seguidores en hombres y mujeres valientes de mostrar su dinamismo, su fe, su verdad, su esperanza, su vida, su misericordia y convencimiento en las enseñanzas que recibieron; ese que muestra en toda su dimensión el amor gratuito de Dios.

Hoy se requiere con urgencia establecer en nuestras familias, comunidades, grupos, vínculos que muestren ese apasionamiento que hemos encontrado a lo largo de la vida en las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia, abrir nuestras ventanas para que llegue un nuevo aire que nos nutra de confianza en lo que hemos de emprender, conquistar con ejemplos concretos a hermanos y hermanas que han dejado de creer en Dios.

Tenemos un defensor que nos acompañará: el Espíritu Santo, él nos dotará del entendimiento para poder tener las palabras adecuadas o el gesto fraterno para acoger. Sin embargo, a muchos católicos se nos olvida que estamos en el mundo para hacer que el Evangelio fermente en todo el universo.

Mostrar esa vida sobrenatural que nos comunica Cristo y que nos permite sonreír, a pesar de todas las dificultades que podamos encontrar, a pesar de lo costoso que está todo, de los salarios que no alcanzan para vivir, mostrar esa vida que conserva lo lozano para que vuelva a florecer el amor y la armonía familiar, esa vida que nos lleva a superar rencores y a perdonar ofensas.

“Ustedes son la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve desabrida, deja de ser sal, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para nada, por lo que se tira afuera y es pisoteada por la gente. Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte? Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa.
Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean sus buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos”. (Mateo 5, 13-16)

Debemos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio. Ese que realmente nos hace comprometernos de verdad y ser fuente de luz para otros, en medio de todas las dificultades que entorpecen el mostrar el amor de Dios, debemos llenarnos de la sabiduría de este Espíritu que nos da la fuerza para superar los obstáculos y ser valientes en la construcción de este Reino.

Hugo Ramírez Cordova.

OvalleHoy.cl