Pensaba que era una obsesión mía, y ya me estaba convenciendo de ello. Tal vez un problema derivado de la edad, sumado al calor, a los zancudos que no me dejan dormir por las noches, de ver tanto noticiero de televisión, en fin.
Que el recorrido por el Paseo Peatonal de Ovalle, en lugar de constituir una experiencia agradable, hasta balsámica, viendo los atractivos productos que nos ofrecen las vitrinas de los negocios, tal vez detenerse a beber un refresco bajo un quitasol, o compartir un café con los amigos; el mirar las muchachas hermosas que pasan a tu alrededor, regocijando la vista, sea la edad que tengas.
Sin embargo no. Recorrer las tres cuadras entre la plaza y la alameda es un suplicio, por la elevada contaminación acústica del lugar.
Y después de leer el artículo del profesor Luis Oro Tapia me he venido a dar cuenta que el loco no soy yo, sino que también lo es alguien que llega desde afuera, Santiago, (la capital de la contaminación acústica) para ratificarlo y hacer una denuncia pública. Derecha al hueso, sin rodeos ni eufemismos.
“Se dirá que los mercachifles de Vicuña Mackenna pueden bombardear a los transeúntes con los ruidos que les venga en gana, porque la calle es pública. ¡Error! Precisamente porque la calle es pública no pueden hacer lo que les venga en gana. El espacio público, a diferencia del privado, está sometido a reglas y prohibiciones perentorias. Pero parece que eso no lo saben los mercachifles ni quienes avalan su conducta. Nada que decir; no tienen por qué saberlo; aunque tampoco se justifica el que no lo sepan”, dice el profesor Oro Tapia en su escrito.
Él se refiere a comerciantes ambulantes, artistas con equipos de alta potencia, locales comerciales con parlantes a la puerta (“mercachifles”, los llama él) y que creen que mientras más bulla metan, mayor cantidad de clientes conseguirán.
Todo esto a contrapelo de la Ordenanza Municipal publicada en junio de 1991 por el ex alcalde Sergio Peralta que regula con absoluta claridad el tema de los ruidos molestos, limitando el uso de elementos de ampliación en la vía pública sólo a eventos específicos, por un tiempo limitado y con la expresa venia de la autoridad.
Lamentablemente – y también tiene la razón el profesor Luis R. Oro – a quienes corresponde la tarea de fiscalizar esto – la Municipalidad de Ovalle y Carabineros – se hacen los desentendidos, pasando por encima de una norma legal. En buen chileno, “se hacen los sordos”.
Bueno por lo menos ahora no estoy sólo en el tema este de los ruidos molestos, aunque la Gorda, mi esposa me diga cada vez que saco el tema en el diario:
– ¿Y para que insistes si nadie te escucha, ah?.
M.B.I.