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Luis Oro : “El pensamiento es estimulado por la angustia”

Con lucidez, Luis Oro en Páginas Profanas nos aproxima a la realidad chilena, reflexionando sobre temas que están operando sobre la realidad que nos rodea. La idea es que el ciudadano asuma una actitud crítica ante la multitud de discursos públicos que tratan de seducirlo o simplemente de embaucarlo”, precisa Oro.

En doce breves ensayos, Luis Oro Tapia, doctor en filosofía por la Universidad de Chile, reunidos en Páginas Profanas (Ediciones RIL, 2021) nos invita a reflexionar sobre la compleja coyuntura actual.

Luis, en Páginas profanas ha tratado de poner en tela de juicio lugares comunes que han sido sacralizados por la dictadura de lo políticamente correcto. ¿A qué invita exactamente?

“Los lugares comunes son frases hechas, reiteraciones tópicas, que todo el mundo repite como si fueran cosas obvias, verdades evidentes en sí mismas, y no necesariamente las son. Son consignas a partir de las cuales se evalúa la realidad y, lo más importante, se toman decisiones específicas y se llevan a cabo acciones concretas.

El libro invita a poner en tela de juicio algunos lugares comunes. Cada lector tendrá que concluir por sí mismo qué porción de veracidad o de falsedad tienen. La idea es que al terminar de leer el libro el ciudadano asuma una actitud crítica y reflexiva ante la multitud de discursos públicos que tratan de seducirlo o simplemente de embaucarlo”.

¿No teme a los inquisidores?

“Sí los temo, porque los modernos inquisidores —o, si se prefiere, los comisarios políticos para usar la jerga de las décadas de 1930 y 1940— son bastante toscos y no ponen reparo en sutilezas ni en matices y, además, no otorgan el beneficio de la duda ni son prudentes. El moderno inquisidor no se afana en escuchar los considerandos y argumentos del acusado. Emite una sentencia sin realizar un juicio previo en forma. Simplemente condena de manera exprés. No quema a nadie; pero sí funa, inhibe la espontaneidad de las opiniones y ejerce coerción sobre las conciencias. En suma, ahuyenta la libertad de pensamiento”.

Alude a dos textos que le han permitido comprender el mundo y los hombres: La República de Platón y Los hermanos Karamazov de Dostoievski. ¿Qué herramientas encontró en ellos?

“Ambos tienen la virtud de distinguir lo verdadero de lo verosímil, es decir, aquello que es similar a la verdad, que tiene trazos de verdad; pero que, a fin de cuentas, no lo es. Dicho de otro modo: ayudan a distinguir la cara de la caricatura. Para que la caricatura tenga sentido debe tener algunos rasgos del rostro retratado, pero el resto de la caricatura es una ficción que termina apabullando esos retazos. De lo que se trata, en definitiva, es de poner en tela de juicio las sombras y, además, de no confundir las voces con los ecos.

Los referidos textos también ayudan a correr los visillos románticos a través de los cuales cotidianamente observamos e interpretamos la realidad. Pero no sólo a ella, también a nosotros mismos. Ambos textos también tienen la virtud de invitar a respetar lo verosímil; pero una cosa es respetarlo y otra reverenciarlo. Se le puede hacer una venia a las sombras, pero no es sensato estar siempre inclinado ante ellas. Eso es indigno”.

¿Hay que caer al abismo para pensar, para que se produzca el thaumazein, esa herida que nos sumerge en la incertidumbre radical?

“Una cosa es pensar y otra es razonar. El pensamiento no es hijo de la admiración, como suele decirse. Difícilmente podría serlo, porque en la admiración el juicio crítico queda en suspenso, debido precisamente al arrobo, la fascinación y al placer que suscita la entidad admirada. El pensamiento es estimulado por la angustia. Ella suele ser generada cuando cesa de improviso la admiración, el encanto, el embeleso y acto seguido, en un santiamén, sobreviene la desilusión, el desencanto y la frustración. Esas no son vivencias gratas. Son experiencias dolorosas que cualquier persona que vive en una sociedad hedonista quiere rehuir. Así, no resulta insólito que la experiencia del pensar sea infrecuente en nuestros días”.

LA UNIVERSIDAD EN LA ERA NEOLIBERAL

Luis Oro Tapia (Ovalle, 1966) es doctor en filosofía por la Universidad de Chile. Entre sus libros destacamos Para leer el Príncipe de Maquiavelo (2001), junto a Carlos Miranda; ¿Qué es la política? (2003), El poder: adicción y dependencia (2006), Max Weber: La política y los políticos (2010) y El concepto de realismo político (2013). Desde 1994 es profesor de la Universidad Central y desde 2001 en la Pontificia Universidad Católica de Chile.  

Luis, ¿le preocupa la proliferación de universidades cuyas coordenadas sean las carreras que tienen mejor rentabilidad y mayor demanda en el mercado?

“Si existe ese tipo de universidades, y si les va bien, es porque satisfacen una necesidad que está en la sociedad. Lo importante es que las personas realicen su vocación. Ahora bien, si la vocación de una persona es lucrar avariciosamente, no hay nada que objetar al respecto, esa es su naturaleza. El problema se presenta cuando las personas, seducidas por el tintineo de las monedas, postergan su vocación y, a la larga, terminan traicionándose a sí mismas. Eso no es tan infrecuente, como tampoco lo es quien en cierto momento de su trayectoria profesional se retira (de sopetón y a cierta edad) de la vida laboral para poder encontrarse a sí mismo, como suele decirse. Habría que preguntarse en qué momento se perdió y porqué se perdió y, puntualmente, preguntarle a él si considera su resplandeciente carrera profesional como una gran realización personal o como un fracaso humano”.

Las denominadas universidades filisteas aludiendo a su carácter utilitario, pragmático y calculador. ¿Es una negación de la universidad?

“Desde mediados del siglo XX las universidades latinoamericanas tienen un compromiso con el desarrollo de sus respectivos países, lo cual me parece bien. El problema radica en el hecho de que en el último tiempo el desarrollo se concibe únicamente en términos económicos, el cual excluye otras dimensiones del desarrollo humano como, por ejemplo, el que es alentado por el cultivo de las artes y de las letras. Ellas coadyuban a encontrarle un sentido a la vida, a conjurar el nihilismo práctico, contribuyen a emulsionar las relaciones interpersonales y a comprender las complejidades de lo humano. Ayudan, en definitiva, a vivir más humanamente. Y es esa dimensión humanista la que está venida menos en la actualidad y sus efectos están a la vista por doquier.                                                                                                                               

Algo preocupante

-Por cierto, habría que preguntarse hasta qué punto la tosquedad de nuestras relaciones humanas y de nuestra vida pública se explica, en parte, por la preterición que ha padecido el cultivo de las artes y las letras. Es verdad que ellas no son económicamente rentables, no obstante, paradojalmente, ayudan a disfrutar de los bienes materiales con mayor sutileza. Asimismo, contribuyen a hacer más llevadera la existencia cuando el bienestar material no basta.                                                                                                     

¿Qué distingue a la universidad?

-La universidad se distingue de los institutos profesionales y de los centros de formación técnica, porque ella tiene una meta que va mucho más allá de entregar conocimientos puramente prácticos. Pero en la medida en que la universidad deviene en una institución cuya finalidad primordial es sacar al mercado laboral, de manera exprés, profesionales —que son concebidos como unidades productivas—, altamente especializados, que compiten por la consecución de puestos bien remunerados, se desdibuja la frontera que distingue a la universidad de un instituto profesional. Puesto que la universidad no es un instituto profesional es inherente a ella el perseguir fines que distan de ser meramente utilitarios o prácticos. En ella los saberes ociosos tienen un rol fundamental, pues proveen de elementos que permiten hacer frente a aquellas preguntas inquietantes que ni el consumismo ni la bonanza material pueden acallar.

¿En qué momento este concepto utilitario y pragmático se consolidó en las universidades chilenas?

-Es difícil indicar una fecha precisa. En todo caso, tal tendencia comenzó a insinuarse con el cambio de siglo y en la actualidad es un hecho consumado, pese a que existen excepciones notables al respecto.

Tras la arremetida neoliberal en las universidades se insinúa una nueva barbarie. ¿Cuál sería esa?

-La barbarie está en las antípodas de las sutilezas humanas. El carácter bárbaro del neoliberalismo radica en el hecho de que concibe a los seres humanos como entidades meramente funcionales, como rodamientos y engranajes de una maquinaria cuya finalidad es ella misma. La atención se centra en el rol que la persona cumple en el dispositivo y no en su singularidad. Ello redunda en una despersonalización de las relaciones humanas. Así, por ejemplo, no es insólito que los estudiantes desconozcan el nombre de los docentes que les imparten clases y que en las grandes corporaciones los empleados sepan qué profesión tiene una persona, pero no su nombre. El ser humano deviene en una entidad que debe funcionar a la perfección, en beneficio de la máquina, a costa de postergar todas aquellas dimensiones que no tengan que ver con la producción y el consumo. Así su quehacer vital queda registrado en una planilla métrica que tiene un número de folio que antecede a su nombre y a sus apellidos. El neoliberalismo concibe al hombre de manera unidimensional y el ser humano es algo mucho más complejo que una unidad de producción y de consumo que, finalmente, reduce a números”.

Cuando menciona que ese aparente éxito lleva en sus entrañas el germen del fracaso. ¿A qué se refiere?

“Si alguien imagina que el éxito detiene la rueda de la fortuna, la realidad no tardará en desmentirlo. El mundo está en incesante movimiento, en constante transmutación, por eso no existen soluciones definitivas. Como bien lo sabía Escipión el Africano, en el momento que se alcanza la cima comienza el declive. También se puede ver el asunto al revés y decir, junto con Jorge Luis Borges, que cada derrota es una secreta victoria”.

¿QUE SOMOS LOS CHILENOS?

En la coyuntura que vivimos, en medio del proceso constitucional, que elabora una nueva constitución, es imprescindible saber quiénes somos. ¿Cómo nos ve usted?

“Sí, yo creo que es imprescindible, porque si fuera por elaborar una norma fundamental perfecta desde el punto de vista de la ingeniería constitucional, bastaría con contratar una comisión de expertos internacionales en derecho constitucional para que se aboquen a tal tarea. O bien, simplemente, replicar una norma fundamental existente que sea universalmente elogiada. Pero ello no es posible, precisamente, porque la norma debe estar en sintonía con lo que efectivamente somos como conglomerado humano y eso implica saber qué somos los chilenos. En todo caso, es una pregunta difícil de responder en cualquier grupo humano complejo, pero en el caso de Chile es más, porque nunca nos hemos planteado con seriedad esa pregunta. La eludimos respondiendo con frases hechas. Tampoco está claro si estamos dispuestos a aceptar la respuesta en la eventualidad de que la encontremos, debido a que nos gusta engañarnos a nosotros mismos”.

¿Le parece que lo que no buscamos introspectivamente es una identidad, sino apropiarnos de alguna?

“Respondo de manera afirmativa a su pregunta. Sólo agregaría que somos renuentes a efectuar esa exploración introspectiva tanto a nivel individual como colectivo. Esa búsqueda la abortamos con frases hechas y respuestas prefabricadas que nos ahorran el esfuerzo de pensar y, además, la ingrata tarea de cuestionarnos a nosotros mismo sin recurrir a chivos expiatorios. Parece que tenemos algo de casquivanos, pero sobre todo de mitómanos”.

¿Qué han significado estas imágenes idealizadas de los chilenos?

“Más que idealizaciones son ficciones. Esas ficciones son mentiras que nos contamos a nosotros mismos y que nos funcionan por un tiempo (pasando, por ejemplo, por ser los ingleses de América del sur, por ser prusianos afrancesados y por ser jaguares), pero una vez que se desmoronan esos mitos ni siquiera nos sentimos incómodos con nosotros mismos. Así de superficiales y mitómanos somos. Quizá, por eso, las fantasías consumistas calaron hondo en nosotros, aunque ahora recusemos de ellas y, al parecer, con poca sinceridad. Me parece que renegamos del consumismo, no porque lo encontremos indeseable en sí mismo, sino porque no satisfizo a cabalidad nuestras expectativas de bienestar material, de evasión a través de la industria del entretenimiento y de alcanzar mediante el consumo cierto estatus social. La mitología neoliberal nos defraudó y ahora la maldecimos. Pero, falta lo más importante, preguntarnos por qué creímos tan ingenuamente en ella”.

¿Le preocupa que, si no sabemos qué somos los chilenos, la nueva constitución que se elabore no será otra que un espléndido traje confeccionado a la medida de un fantasma?

-Sí, es probable que así sea. En todo caso no sería la primera vez que ocurre; en el siglo XIX ya hubo una experiencia de ese tenor. Pero el proceso está en marcha y también cabe la posibilidad de que los convencionales constituyentes tengan un conocimiento profundo de la naturaleza humana y de las peculiaridades reales (no de las imaginadas) que tiene el conglomerado humano que habita en este espacio geográfico llamado Chile”.

Mario Rodríguez Órdenes

OvalleHoy.cl