Rayenco (Cuento)

28 - 10 - 14 juan josé Araya
Juan José Araya / Escritor.

Vertiginosas  caían las gotas de lluvias acompañadas de minúsculos  pedacitos de rayos transformados en lucecillas, descolgándose de las alturas del espacio y ahogándose en la profundidad de las aguas del lago Ranco, el espectáculo era acogedor para algunos y preocupante para las visitas norteñas quienes desconocían aquel espectáculo de la naturaleza sureña. Observando desde uno de los miradores a las nubes que en el nirvana se destrozaban por los relámpagos y las montañas bufaban como bestias parturientas. Para una persona ajena a esos traumas del ambiente era desesperante, los lugareños vivían la vida en forma  normal, mientras una de las parejas se echaban flores con miradas y deseando en lo posible esconderse bajo la tierra, para estar solos y por el miedo cuando los rayos quebraban el nublazón, más disimulaban su temor para no ser el hazme reír de los lugareños.

Cuatro horas de viaje enfilando por las orillas de los lagos; Ranco, Riñihue, Panguipulli, Calafquén, pasando por Coñaripe, hasta llegar a Liquiñe, a pocos metros se encuentra el paso Carirriñe, hacia la hermana Argentina, para llegar a esos extremos del altozano metido en plena cordillera de los Andes, se necesita conocimiento del camino por la cantidad de bifurcaciones que iban encontrando, allí están las termas de Rayenco de Liquiñe, el vehículo que viajaban respondió a la perfección, sin embargo ya estaban importunados de subir y bajar caminos escabrosos, todo era recompensado con la belleza del lugar, ya que en cada lago tomaban preciosas fotografías para el recuerdo, hasta que por fin los letreros les mostraron en las lecturas que estaban llegando al balneario. Al entrar al lugar se encontraron con un cúmulo de casitas que desde lejos se veían acogedoras, la luz natural ya estaba en retirada y se valían de las luces del carruaje, hasta que por fin llegaron al lugar de la administración acompañados por agua nieve torrencial, sin embargo no se veía correr, ya que los resumideros están muy bien canalizados y el terreno está idóneo para recibir tanta cantidad de agua cada día. Pedro, abrió un poco la ventanilla del coche y  frente a su rostro los ojos le mostraron algo que jamás la mente le  habría comunicado, bajo esa lluvia con granizadas, desfiló frente a la vista de todos una dama vestida con un pequeño corpiño y calzón, con bikini, exclamó una de las bellas mujeres que los acompañaban, la cortesana no hizo caso del apóstrofe y siguió caminando en dirección de la piscina mientras sobre el cráneo le caían briznas de  nieve… La habitación totalmente acogedora al igual que la dueña, la señora Trafipan, ella con sus  ajadas manos de mujer de campo,  sin embargo llenas de anillos de metal doré, lo que da a entender que es la propietaria, encendió de inmediato la estufa a leñas. Calentando la  cabaña totalmente amoblada, con dos dormitorios, una sala, cocina,  comedor y un baño. Después que se  instalaron cada cual en su habitación, prepararon la cena y aprovechar la oportunidad para brindar por la buena amistad con unos exquisitos vinos chilenos, después de hacerlo les dio calor y entusiasmándose al observar  por los ventanales con la ayuda de la luz artificial, se veía entre el vapor de la piscina, pequeños arcos iris y acompañados por el fenómeno atmosférico, además del goce de las gentes que disfrutaban las aguas termales con una temperatura de 40° grados salida de la vertiente, se miraron y conociéndose los buenos deseos individuales, decidieron  ir a probar, que tan exquisito puede ser tirarse a la piscina cuando cae nieve sobre el dorso. Rápidamente pusieron atuendos para el agua y en un dos por tres estuvieron aperados y repitieron el espectáculo que vieron cuando venían llegando, caminando semidesnudos bajo la torrencial lluvia, prontamente la multitud que estaba de temprano empezó paulatinamente él retiro a sus cobertizos y quedaron solas ambas parejas disfrutando de la exquisitez de nadar sumergidos en aguas sosegadas y sobre éstas  cayendo gotas de aguas cristalinas con motas de nieve, que al caer sobre el paño de agua fogosa se transformaban en pequeños globitos, los dos matrimonio empezaron a disfrutar del elemento vital y bebiendo una infusión con algún grado de alcohol que cada pareja se preparó dejándolo luego por las orillas de la laguna artificial.

A las veintitrés horas apareció Quintomán, dueño del lugar diciendo que él se retiraría al descanso ya que el día para él empezaba desde las cero seis horas de la mañana, y si desean se pueden quedar, pero yo apagaré el alumbrado, las dos parejas se quedaron completamente solas en la alberca, entraron en un estado de regocijo y autonomía, los minutos fueron pasando y pasando, al principio no se veía nada en la oscuridad, pero rápidamente la vista se fue acostumbrando y empezaron con juegos amatorios, antes se repartiéndose la mitad del campo acuático para cada matrimonio. Por los alrededores empezó a verse que la nieve se pegaba sobre los efímeros árboles y por las orillas del campo acuático. Para que las copas con la bebida no se llenaran de agua nieve colocaron los trajes de baños encima de los cálices, mientras cada duplo seguía con juegos llegando a encontrar la verdadera libertad en un estanque de agua tibia, por la cabeza de los bañistas se hacía una corona de nieve, y para que no se enfriara el cráneo se zambullían. Las manecillas del reloj fueron corriendo y pasó una, dos, tal vez tres horas, no se dieron cuenta que la nieve sobrepasó la temperatura del agua y empezó a formarse un manto de hielo encima del cuadrilátero, ellos estaban amparados por la felicidad de la emancipación amorosa, por el amor, el deseo y la tranquilidad en un lugar especial, sin embargo empezó a formarse una capa de hielo sobre el estanque y por debajo estaba oxigenada y con vapor agradable hasta ponerse totalmente pesada la respiración, fue en ese instante que un matrimonio se dio cuenta que quedarían congelados si no salían justo en éste preciso momento del reservorio, con la cabeza empezaron a golpear el espejo de hielo y éste oponía áspera resistencia, empezó la desesperación, el hombre tocó fondo y se fue hacia arriba con todas las fuerzas que puede dar el instinto de salvación, dando un feroz sombrerazo rompiendo en mil pedazos esa gruesa capa de hielo, al salir a las afueras y aspirar ese aire puro y limpio quedó desorientado y buscando el interruptor para encender la luz de la lámpara del dormitorio, dándose cuenta que la noche había sido corta y el alba de ese invierno apenas apuntaba por la montaña…

Juan José Araya
Escritor

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