InicioOpiniónBlogs / Columnas¿Recuerda cuando éramos felices y no nos dábamos cuenta?

¿Recuerda cuando éramos felices y no nos dábamos cuenta?

Lo más difícil de sobrellevar en esta cuarentena por el Coronavirus  ha sido el estar lejos tanto tiempo de mi hija Fernanda, y dos de mis dos nietas, la Isi y la Gusanita de Choclo.

Ellas en febrero se fueron a Calama a pasar las vacaciones junto al Seba, el jefe de familia que trabaja en el norte. Todo bien, hasta que a pocos días del regreso programado, las dos niñas enfermaron de Varicela, lo que las forzó a permanecer unos días mas hasta que la enfermedad y sus efectos tan notorios, remitiera.

Y salían de eso, cuando las sorprendió el inicio de la cuarentena por el Coronavirus.

Y desde entonces ellas han debido pasar encerradas en la casa del abuelo paterno sin mayor entretención que el televisor, los teléfonos celulares y largas y lloradas video conferencias con la Gorda, mi esposa,  y algunos de nosotros en Ovalle.

Con la Isidora no hay problemas, porque para ella es suficiente una habitación, un teléfono celular o un Tablet que la conecte a una página de internet desde la que pueda bajar libros. Y , dice su madre, que en este tiempo ha leído un promedio de un libro diario.

Con la Gusanita, la nieta de cinco años, es distinto. Ella es inquieta, necesita amigos, espacios abiertos en los que jugar, correr, trepar, caerse y , luego de sacudirse, volverse a levantar sin apenas chistar. Ir a la plaza de juegos mas cercana a la casa y hacer decenas de nuevos amigos, sin cansarse.  

Pero ahora  ella lo único que quiere es volver a Ovalle, a su “casita blanca”, o a la “casita de la Mimi” (la abuela), y a jugar con la Trini, su prima, la Lobita.

Y yo echo de menos a mi hija mayor (que sacó el carácter de su madre, y me reta cada diez minutos, porque si o porque no), y a mis dos “guagüitas”. Echo de menos la presencia de la Isi, levantándose pasado el mediodía, siempre encerrada leyendo en su dormitorio; y en especial el desorden de una casa llena de juguetes derramados por el piso y sobre los muebles y a la Gusanita jugando en medio con su prima mas pequeña como si el mundo no se estuviera cayendo en pedazos alrededor. Y echo de menos los refunfuños de la abuela ordenando una y otra vez, diez veces al día, ese hermoso caos.

Y , escucharlas desde el segundo piso ser felices, mientras trabajo. Y para mí  esa es la felicidad : sólo escucharlas ser felices.

Y echo de menos en especial cuando, pasado el mediodía, ambas se asomaban a la escalera para gritar al unísono  hacia arriba:

-Tataaaaa… está listo el almuerzo. A lavarse las manos hasta el codooo!

O cuando yo daba un silbido hacia el primer piso, gritando “Allá abajo!!” y ambas corrían apresuradas para recibir riendo o chillando  la lluvia de dulces que caía desde el cielo.

Echo de menos todo eso.

Sé que en este tiempo ese ha sido el drama de muchas familias: la separación, la distancia. Familias que hasta no hace mucho tiempo no sabían lo valioso que era ese contacto diario, el verse a cada momento, conversar y, en especial darse un beso y estrecharse en un abrazo.

Y espero que esta pesadilla termine pronto para que todos volvamos a darnos un gran abrazo.

En especial con mi hija Fernanda y su familia que – lo siento en alguna parte de mi corazón – riegan a diario el desierto con sus lágrimas de añoranza de su tierra y de la familia distante.

Y al recordar cuando eramos felices y no nos dábamos cuenta.

Mario Banic Illanes

Escritor

OvalleHoy.cl