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Si le hubiera hecho caso al caballero…

Nomás llegar  al ServiEstado de calle Independencia me doy cuenta que tendré para rato. Una fila que sale por la puerta de entrada y da vuelta a la vereda.

Más aún cuando advierto que hay una sola caja disponible para público en general. Y otra Especial , con una fila bastante más breve, para adultos mayores, personas con discapacidad, embarazadas, etc.

En esta última caja veo esperando atención a personas de edad avanzada, otra con un bastón, pero también viejas con el cabello teñido negro, rubio pajizo, visos, hasta  de un rojo furioso, que pretenden con eso disimular la edad. O rubias frescas que, “carepalo” y eludiendo al guardia con una sonrisa coqueta, ocupan el espacio. Sin embargo las ciento cincuenta personas del local que estamos en la fila general sólo mira, sin reclamar.

Es como para reflexionar acerca de la mansedumbre que tenemos los ovallinos para soportar sin protestar los abusos. Por ejemplo la construcción del estadio, la pavimentación de la Ruta D- 43, el nuevo Hospital y un largo etc.. Tal vez en otro lugar los usuarios hubieran levantado la voz, silbando, para reclamar de la administración la apertura de más cajas. O exigiendo el cuaderno de reclamos. Los pescadores del sur hubieran encendido neumáticos en la calle interrumpiendo el tránsito. Aquí, nada.

Tal vez uno que otro comentario en voz baja:

– Si ven tanta gente, como no se les va a ocurrir abrir otra caja.

– La niña del moño rubio de allá atrás, no hace nada.

Como necesito en forma urgente hacer un trámite, de manera resignada me quedo en la fila para público en general, haciéndome a la idea de esperar al menos una hora.

Me entretengo mirando alrededor , buscando a algún rostro familiar entre los clientes, pero no hay nadie remotamente conocido. En la sala un grupo de niños que se han conocido en el lugar, juegan entre las personas bajo la mirada atenta de sus madres. Otros juegan con el celular de la madre setados en el piso.

En la caja especial  veo  a un “chupalludo” que tarda un buen rato en hacer el trámite. Cuando termina se dirige por un costado hacia la salida y pasa por mi lado.

De pronto siento que alguien me toma el brazo con una mano y cuando miro, es el “Chupalludo”. Un señor desconocido de rostro moreno campesino, avanzada edad, y mostachos, que me dice amablemente:

–    La fila de allá es para los ancianos. Póngase allá y va a salir más rápido.

Entre confundido y avergonzado le agradezco. ¿Tan jodido se me ve?. Pero me empecino en permanecer en mi lugar.

Dos horas más tarde, cuando he agotado la paciencia y las baterías de mi celular intentando matar el tiempo,  la dama que está detrás de mí me mira y comenta sonriendo , no sin ironía,  mostrándome la fila especial:

–    Si le hubiera hecho caso al caballero de la chupalla  hace rato que hubiera estado en su casa.

De regreso a la casa, durante el almuerzo cuento la anécdota a la familia, y la Gorda, mi esposa,  sólo mueve la cabeza.

Mi hija menor en cambio es más directa:

–    ¿Es que todavía no te has dado cuenta que ya estás para esa otra fila, ah?.

Bueno, pienso esa noche mientras me miro en el espejo después de lavar los dientes, por lo que se ve el único que no se ha dado cuenta de eso soy yo.

–    Esta misma semana tiro los papeles para la jubilación – le anuncio a la Gorda antes de apagar la luz.

Ella se encoge de hombros. ¿Cuántas veces me ha escuchado decir lo mismo en los últimos meses? Pero ahora sí que es verdad.

 

Mario Banic Illanes
Escritor

OvalleHoy.cl