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Un Látigo Mortal

20 - 10 - 14 mario ortizEl prolongado silencio que reinaba en una bucólica tarde de fines de primavera, cerca del estacionamiento del sector Siete Tazas, Región del Maule, sólo era interrumpido por el grito inconfundible de un codorniz macho, que cumplía con dedicación a toda prueba su estratégico rol de vigía.

Ubicado a unos dos metros sobre el suelo, aferrado en la curvada rigidez de una rama de palo de yegua, era el responsable de la seguridad de toda la bandada; desde su privilegiada posición observaba a su alrededor e informaba a sus congéneres que no había peligro a la vista, mediante un fuerte e inconfundible sonido que repetía con cierto intervalo de tiempo.

Con este propósito, inundaba la apacible atmósfera pre cordillerana con su pintoresco sonido que emulaba cantos de aves tropicales. A primera vista parecía un ejemplar solitario, sin embargo afinando el oído se podía escuchar el rumor de la bandada, que avanzaba de tramo en tramo casi a ras de suelo entre la vegetación.

Sigilosamente se acercaban a una pequeña laguna, deslizándose bajo mosquetas y mutillas como sombras casi invisibles. Su presencia solamente era delatada por las suaves voces de su multitudinaria conversación, que a ratos se parecía al sonido provocado por cientos de goteras que aumentaban o disminuían su ritmo.

El hermoso macho lucía un prominente penacho sobre su cabeza, que se conjugaba con su cara negra delineada por un delgado y contrastante collar blanco, exhibiendo con aparente orgullo los colores de la madurez. Sin duda su aspecto evidenciaba la plenitud de su vida.

La bandada de codornices californianas compuesta mayoritariamente por hembras, se detuvo en actitud preventiva al llegar al borde de un claro. Algunos ejemplares avanzaban hasta el límite de los arbustos y cuando parecía que saldrían a campo abierto, en el último instante, se devolvían con nerviosismo buscando la protección de la maraña vegetal.

Por su parte el vigía no cambiaba ni el tono ni el ritmo de su canto, informando a la plumífera infantería que no había peligros a la vista. Sin embargo después de varios intentos y desplegando una estrategia de extrema precaución, comenzaron a cruzar de a una a la vez. Sin duda esta estrategia hacía muy difícil que un depredador pudiera sorprender a la bandada completa.

Este interesante detalle me permitió comprender en parte, el secreto de su éxito en este ambiente tan lejano de sus tierras originales… estaba presenciando entretelones de la vida cotidiana, de consagradas expertas en sobrevivencia.

Después de ver a numerosas codornices cruzar a su turno la zona despejada, corriendo con urgencia en busca de la seguridad de la vegetación del lado opuesto, pensé que esa sería la tónica en todo el proceso para llegar al borde del agua y saciar su sed. Sin embargo la numerosa bandada era portadora de un precioso y frágil tesoro.

De pronto observé que varias hembras emergieron simultáneamente de la vegetación y en vez de cruzar rápidamente como las anteriores, se abrieron y se ubicaron en lugares estratégicos del entorno inmediato. En ese momento tres hembras comenzaron a cruzar lentamente el espacio abierto; avanzaban juntas pero algunas se devolvían un tramo corto y luego retomaban el trayecto con sus alas semi abiertas.

Muy pronto descubrí los poderosos motivos de su extraño comportamiento. Más de una docena de pequeñísimos polluelos caminaban vacilantes al amparo de los adultos, siguiendo una ruta trazada con insuperable vocación protectora. En ese momento aumentaron los gritos ansiosos de los tíos y tías que cubrían los imberbes pasos de los diminutos polluelos.

Las frágiles criaturas casi incapaces de caminar al ritmo que exigían las circunstancias, eran tan pequeñitas que por momentos parecían haberse sometido a las remotas artes reductivas de ciertos aborígenes de otras latitudes.

En medio de este enorme despliegue de seguridad, los polluelos avanzaban sin contratiempos custodiados por su madre sus tías y tíos, cuando repentinamente algo completamente inesperado sobresaltó a los adultos y dispersó por todos lados a los pequeños párvulos, los que se alejaban a tropezones piando asustados.

Simultáneamente observé a una codorniz adulta caer de lado arrastrando un ala, mientras que otra giraba en círculos y atacaba a algo que permanecía amontonado en el suelo. A su vez el vigía llegó volando y se posó a baja altura, en una rama de roble sobre el lugar de los hechos, dando la voz de alarma en un desesperado y tardío intento de corregir su falta.

En ese momento de suspenso me acerqué al lugar para averiguar que sucedía… mi impresión en las primeras décimas de segundos, fue ver a una culebra enrollada que levantaba la cabeza y abría el hocico mostrando sus fauces rozadas mientras piaba repetidas veces.

Pero rápidamente comprendí que las pequeñas fauces y los gritos de angustia, pertenecían a un polluelo que era inevitablemente engullido por la ondulante cazadora. El reptil, valiéndose de su infalible mimetismo, se las había arreglado para no ser detectado y burlando todas las medidas de seguridad, había logrado que las codornices pasaran con sus frágiles retoños sobre ella.

A corta distancia del voraz ofidio, la codorniz que simulaba estar herida para distraer al depredador y brindar una oportunidad de sobrevivencia a los polluelos, al darse cuenta que no lograba su objetivo o quizás por mi cercanía, se alejó del lugar volando a baja altura.

Mientras que la otra hembra más osada, posiblemente la madre de las crías, continuaba atacando valientemente al reptil, como si quisiera rescatar al polluelo. Por su parte la culebra, mientras era atacada, puso en práctica una conducta que nunca había observado en estos extraordinarios reptiles; comenzó a enrollarse al revés.

Manteniendo su presa en el hocico, enrolló todo su cuerpo sobre su cabeza dejando la parte más gruesa debajo y lo más delgado arriba, rematando el espiral con la punta de su cola. Luego se contrajo aún más hasta el extremo de temblar suavemente, como si estuviera sometida a un alto grado de tensión.

En ese momento cuando parecía que lo único que quería era ocultar su presa debajo de si misma…  sorpresivamente y a gran velocidad desenrolló su cuerpo como si se tratara de un lazo, lanzando toda su longitud hacia delante en un intento de envolver o asustar a la codorniz que la atacaba. Estuvo tan cerca de su objetivo, que la asustada ave después de perder algunas plumas en la embestida, escapó velozmente en resguardo de su propia vida.

En medio de mi expectación, gradualmente fui dimensionando la tremenda relevancia de lo que estaba observando, un formidable depredador autóctono controlando la creciente población de una especie introducida.

Al notar mi presencia, la sigilosa culebra se alejó silenciosamente y terminó de engullir a su presa, en la seguridad que le brindaba una tupida mancha de matas de mutilla. A corta distancia del lugar, las persistentes codornices llamaban a los polluelos sobrevivientes con un sonido muy particular y los reunían nuevamente para llevarlos a la laguna y obtener un vital y probablemente tranquilizador sorbo de agua.

Por mi parte yo no salía de mi asombro, después de ser testigo de este repentino acontecimiento, que me había permitido conocer interesantes detalles conductuales de las codornices y la implacable precisión de un verdadero látigo mortal.

Texto: Mario Ortiz Lafferte
Administrador Reserva Nacional Las Chinchillas
Corporación Nacional Forestal
Provincia de Choapa

Dibujo :  Cesar Jopia Quiñones.

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