Recuerdo con especial emoción un episodio ocurrido hace ya algunos años en el pueblo de Tulahuén, comuna de Monte Patria.
Llegué hasta ese lugar como periodista acompañando al entonces Intendente don Renán Fuentealba en una actividad pública en la que participaron autoridades nacionales, regionales, de la comuna y los niños de la escuela.
Concluida la ceremonia el locutor invitó a autoridades e invitados a pasar al comedor del recinto a disfrutar de un coctel, invitación a la que los periodistas no nos hicimos de rogar. Más aun luego de una exhaustiva mañana de trabajo en un lugar tan distante, y la posibilidad de un buen pisco sour ayudaría a despejar la garganta y levantar el entusiasmo.
Fue entonces que vi a unos metros de distancia a dos niños que, con uniforme escolar, parecían discutir entre ellos.
De pronto la muchacha, de no mas de doce años, se atrevió a aproximarse. (¿Por qué siempre las mujeres son mas atrevidas?) para preguntarme:
– ¿Usted es el escritor?
– Bueno sí – balbuceé sorprendido.
– Usted escribió un libro que se llama ¿Cuentos del Limarí?
– Bueno, sí – repetí sin salir de mi sorpresa.
En tanto el muchacho, varón, que había guardado una prudente distancia, se volvía a un grupo de compañeros que estaban en el extremo del patio para llamarlos con la mano:
– Vengan, vengan, es él , es él…
En cosa de segundos me vi rodeado de un grupo de expectantes escolares, haciéndome múltiples preguntas.
Me explicaron que el libro (adquirido por la Municipalidad de Monte Patria) había llegado hasta la biblioteca de la escuela y su profesor ( o profesora, no recuerdo) se los había hecho leer. Y aseguraban que les había gustado mucho.
Para descubrir si eso era efectivo, le pedí a cada uno que nombraran su cuento favorito del volumen. Y, para aumentar mi asombro, lo hicieron uno a uno con no menor entusiasmo.
Para asombro de mis colegas periodistas de la región, en los minutos siguientes me vi, como un “rock star”, en medio de un circulo de niños, firmando autógrafos en cuadernos, papeles, poleras, camisas y hasta una pelota de futbol.
Adiós coctel, pisco sour y canapés. Pero ese tiene que haber sido uno de los episodios más emocionantes de mi carrera como escritor.
Saber que un profesor en una escuela ubicada casi en la frontera con Argentina, había dado a leer a sus alumnos uno de mis libros, me causaba un calorcillo muy especial. Bueno, eran los tiempos en los que las Municipalidades se preocupaban de difundir los textos de los autores regionales.
El jueves pasado fui invitado a un acto de celebración del 108 aniversario de la Escuela de El Trapiche, mi pueblo, en cuyos patios hace ya casi 62 años di mis primeros pasos.
Y como se suele hacer cuando a uno lo invitan a un cumpleaños, no quise llegar con las manos vacías y llevé cinco ejemplares de libros míos para donarlos a la biblioteca, con la esperanza que los niños de mi pueblo también tengan la curiosidad de leerlos y tal vez en un futuro no lejano pudiéramos conversar de eso con ellos en el patio de la escuela.
Es que el libro , como dijo Nicolás de Avellaneda, cumple la parábola de la semilla que vuela con el viento sin saber a que terreno va a caer: estéril o fértil.
Bueno, uno nunca sabe. ¿no?
Mario Banic Illanes
Escritor