InicioultimasArtes y CulturaLos Recuerdos de Punitaqui de Tito Maturana .

Los Recuerdos de Punitaqui de Tito Maturana .

Hace algunos años , 1979, un punitaquino querendón de su tierra hizo noticia pues en un concurso literario organizado por la revista de literatura y letras “Andrés Bello” editado por la empresa El Mercurio, obtuvo un merecido primer lugar compitiendo con destacados escritores nacionales, en el género poesía.

Los poemas presentados se titulan: “Amo” ,y ” La silla, la mesa y, los anteojos de papá”, unos conmovedores versos ambientados, por cierto en Punitaqui ,su querido y amado pueblo en donde no solo nació Tito , sino que en donde se enraizó profundamente en el alma de su gente ,de sus costumbres de sus frustraciones y de sus esperanzas, todo aquello en los versos donde el autor no solo pone el alma y el corazón en sus escritos, sino que además ,se desgarra y se desangra en imperecederos recuerdos.

Cabe la pregunta, ¿y quién era Tito Maturana? Dejemos que él se presente:” He sido agricultor, lavador de oro, taxista y camionero”. Trabajó en el Banco del Estado, donde terminó su carrera con una merecida jubilación. Tito se retrata así: “Hoy, cuando la edad avanza, cuando he cumplido con mucho de aquello que en nuestro paso por la vida nos exige, pienso que hasta cierto punto puedo mirar el pasado sin sentirme frustrado, contemplo el camino recorrido, recuerdo aquel antiguo y sabio pensamiento del que parte ya he realizado, pues durante mi vida he plantado árboles, que hoy producen frutos y abundante sombra, tengo dos hijos que ya han alegrado mi vida con tres nietos y puede que alguna vez llegue a escribir un libro”:

“ Eso tal vez permitiría cerrar ese paréntesis que se abrió un 27 de diciembre de 1915, cuando volvían los peregrinos de Andacollo , después de rendirle culto a su Virgen, la Virgen Morena”.

Luis Alberto Maturana, hombre parco ,serio, muy responsable en su rol de cajero del banco, casado con Doña Carmen Valenzuela y padre de dos hijos, Tito como lo llamábamos sus amigos, una vez jubilado en sus actividades de funcionario bancario, de pronto encontró una nueva y gran pasión: las letras. Paulatinamente empezó a escribir sus vivencias relacionadas fundamentalmente por su pasar en su vida punitaquina,la narrativa relataba temas diríamos costumbrista ambientadas en la ruralidad. El cerro de Punitaqui, las minas , los campesinos especialmente los comuneros eran sujetos de un emotivo recuerdos , así como anécdotas y notas costumbristas nos relataban la vida en ese micro mundo donde se crió: El Toro, El Peral, la Viña Vieja, la Rinconada constituían temas recurrentes en su literatura que escribía para él.
Dada la sólida amistad que mantuvimos así como con mucha modestia me las enseñaba para mi conocimiento y especial para emitir quizás algún juicio crítico de su trabajo literario, por ene razones aquella vivencia nunca se atrevió a publicar, es deseable que sus hijos conserven aquellos escritos que sería interesante analizar. Dado nuestra amistad cierto día le comenté: Tito tú que escribes tanto referente a Punitaqui ¿Has leído las Flores de Punitaqui ¿? Ese tremendo poema de Neruda. Manifestó no conocerlo.

Así le facilité un texto nerudiano que incluía ese poema. Me confesó que su lectura le causa una impresión tan profunda que lo conmovió, aquella situación, la motivación de ese poema trajo en Tito un viraje fundamental en su existencia, profunda, que derivó en la creación de algunos poemas sencillamente conmovedores y de un contenido existencial, inspirados en su Punitaqui natal.

Cierto día llegó a mi casa y me enseñó esos escritos. Impactado por tan sensibles poemas, le consulta y esto, ¿de dónde la sacaste? Gancho me espetó… los escribí yo… ¿Tú?

Sí gancho…la otra noche después de leer los versos de Neruda, no podía dormir y a eso de las cuatro de la mañana salté de la cama, tomé la máquina de escribir y acá está el resultado, me fui de un tirón.

Confieso que quedé impactado en su lectura. Tito expresó ¿y, ahora que hacemos? Muy simple agregué, El Mercurio abrió un concurso de poesía. Las tuyas las vamos a enviar. Así de simple. Dicho y hecho. Con el resultado conocido, premiado por un exigente jurado.

Ahora dejemos que hable el poeta:

“Amo ” :” Amo la quebrada/los riscos/los árboles y el valle/donde nací…amo todo eso/ Amo a mi pueblo/sus casa,/ sus calles y sus molinos de viento;/amo Punitaqui./Amo el recuerdo de sus gentes,/amo lo que conocí desde niño/La iglesia antigua/ahí en ese altillo/frente a la pequeña plaza;/demasiada iglesia./quizás si/para este pueblo tan pequeño/.y sigue su relato: “Amo las horas que se fueron,/amo el estero tal como lo recuerdo;/la calle larga, los faroles,/encendidos cada noche./Amo sus mujeres esforzadas y sufridas/la hombría de sus hombres, su lealtad y amistad./amo sus minas sus norias,/amo cada brizna de pasto de mi tierra/amo cada gota de agua/de sus quebradas/amo cada miligramo de oro,/de sus arenas;/ cada piedra de sus cerros/cada colpa del metal de sus minas/porque representa el esfuerzo de sus hombre/,Amo a mi pueblo, porque mi vida,/se fundió en sus calles y caminos/en sus campos y días soleados/Amo todo eso, así como amo la vida/.”
«La silla, la mesa y los anteojos de papa» es uno de los más conmovedores poemas que he leído ,quizás por la amistad que guardábamos, tal vez por mis raíces punitaquinas es que aquello ,siempre que tengo la oportunidad de re-leerlo me emociona profundamente, esa descripción que se siente en la admiración de un padre siempre presente, quizás evoco la figura de mi propio padre, a quien cada vez que lo recuerdo tengo una inmensa frustración de que en vida, no haberle expresado el inmenso amor, cariño y admiración que por el siempre tuve. En una palabra: mi padre fue un Ángel.

Dicho lo anterior, Luis Alberto Maturana recuerda así a su progenitor:

“La silla, la mesa y los anteojos de papá».

“Un viejo corredor como atalaya del tiempo/sobre el camino que por ahí pasaba,/asomándose indiscreto y silencioso/por la esquina de la casa en la vida de otros seres/Arriba ,el alero de la techumbre se extendía,/protectora de los vientos, de las lluvias y del sol y, más arriba, en el centro de aquel frente,/el palo de la bandera y en su extremo,/allá en lo alto ,una estrella solitaria,/Una estrella de cinco puntas./Era un extenso paisaje, pleno de luz y de vida,/hermosos campos aquellos ,los campos de mi niñez;/la quebrada que se aleja,/como serpiente que se escurre, largamente,/y se pierde allá en el fondo,/en un recodo, a la distancia./Bella visión aquella, de las cosas de mi tierra,/a lo lejos el camino, ese camino de todos,/el camino cotidiano, confidentes de labriegos,/del viajero impertinente, de los niños de la escuela/de las muros envejecidos, de corrales y casas de totora;/delas rocas y de los árboles que en su vera,/le daban sombra al caminante, y un poco más allá,/los cerros, los quiscos, los espinos/la vida silvestre y los ganados./Amplia es la casa, y en el corredor ese,/ahí donde el corredor moría;/una silla, una mesa y los anteojos de papá./y más allá, la vida que seguía,/a sus pies el patio, rodeado de corrales,/de huertos y tierras de cultivo./Junto a la casa los jardines con sus plantas,/los rosales y jazmines, la buganvilla sobre el muro,/y en un cuadrado de tierra las violetas,/como incorporándose a la vida que se inicia…/Y ahí en ese lugar de siempre; la silla, la mesa, y los anteojos de papá./Y ahí quedaron un día/esperando su regreso,/el regreso que no fue…/Y después todo siguió igual,/la silla, la mesa y los anteojos de papá/como si esparcen un milagro,/el milagro que no fue./Partió un día de casa/temprano en la madrugada;/se fue por el camino de siempre,/para buscar un alivio a su mal./Cabalgando su yegua negra,/la manta de vicuña al viento/ y una esperanza en el pecho;/me dijo que volvería,/más había en su mirada/la tristeza de un adiós./La casa quedo en silencio,/y ahí en el corredor,/bajo el alero de siempre/todo quedo igual…/la silla, la mesa y los anteojos de papá./Se fue por el camino,/en busca de su destino,/el eterno sino al final de la jornada;/se llenó de sombras la casa,/de presagios y de penas/y en los arboles del jardín,/jamás las aves volvieron a trinar./Las rosas se marchitaron,/y entre abrojos y malezas/se perdieron las violetas./Y, en ese rincón del corredor,/todo sigue igual;/la silla, la mesa y los anteojos de papa/Aún conservo el recuerdo/en la lejanía del tiempo/en ese rincón de la casa,/mi padre leyendo el diario,/que cada día en la mesa/el lechero le dejaba/cuando del pueblo volvía./Sentado en aquella silla,/sobre su nariz los anteojos,/y en sus manos, el diario abierto;/en ese rincón de la casa,/allí donde el corredor moría../Leía el diario mi padre. /Y ahí están aún, /esperando ese milagro,/el milagro que no fue./Quizás,/si el polvo lo cubra,/quizás,/el olvido, talvez;/ pero en mi memoria aún están/en ese rincón de la casa,/ahí donde el corredor moría;/ la silla, la mesa y los anteojos de papá.

He querido compartir estos hermosos recuerdos en los poemas escritos por mi inestimable amigo Luis Alberto – Tito- Maturana, un hombre sencillo, honesto que a través de sus versos entregó , en vida un enorme sentimiento de amor cariño y lealtad a su querido pueblo ,Punitaqui y, un emocionado recuerdo a su padre. Ahora con nuevas autoridades edilicias que seguramente tienen otro concepto de la cultura, es esperable que algún día se le rinda un merecido homenaje a tan distinguido poeta, punitaquino hasta los tuétanos. Nacido un 27 de diciembre en Punitaqui y fallecido el 9 de julio de 2005.

Iván Ramírez Araya
Rucahue/Chomio. Región de la Araucania,
22 de septiembre 2017

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