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Opinión: Esclavos de la nota

En esta verdadera “cultura de la nota” en la cual estamos insertos, es paradójico pensar que en ámbitos tan propiamente humanos como la educación, todo se transe, convirtiendo al estudiante en un cliente y, al docente, en un dependiente u operario del cual depende su desempeño global

Corre fin de año raudamente y las y los docentes del país colocamos las notas y promedios correspondientes al fin de año y curso. La mayoría de las y los estudiantes aprueba y, al parecer, un bajo porcentaje reprueba, sobre todo en el contexto de la crisis sanitaria. De forma paralela, un o una postulante a una vacante en un trabajo X no es seleccionado por obtener un pobre resultado en los test de admisión. Por último, la tienda de retail nos pide que califiquemos nuestra “experiencia de compra” mediante un correo electrónico. En términos simples todo se califica, se lleva a un puntaje, a una nota. En esta verdadera “cultura de la nota” en la cual estamos insertos, es paradójico pensar que en ámbitos tan propiamente humanos como la educación, todo se transe, convirtiendo al estudiante en un cliente y, al docente, en un dependiente u operario del cual depende su desempeño global. 

En esta misma reflexión, el ahora “famoso” Decreto 67 se ha vuelto un dolor de cabeza para muchas y muchos docentes que, quizás, recién están advirtiendo los alcances de dicha política educativa. El foco no está puesto en la o el estudiante que no aprende, sino en la calidad de la enseñanza, o sea, en la experticia de la o el docente. La nota 2,0 de fulano no significa que sea un flojo recalcitrante, sino simplemente que la o el docente no enseñó bien. Por lo tanto, nueva mirada, nuevo paradigma. En este aspecto en particular se ha reparado muy poco, sobre todo por su impacto en el mediano y largo plazo, sin dejar de lado su objetivo final el cual es abandonar el yugo o la tiranía de la nota tal y como es concebida hasta hoy. Sin embargo, el riesgo está en relativizarla o sencillamente buscar las trampas para que siga manteniendo su estatus de ama y señora. Cuántas veces hemos escuchado que la nota no representa con exactitud lo que la o el estudiante sabe a ciencia cierta; creo que hasta el cansancio, pero se siguen dejando postulantes fuera de los trabajos o estudiantes repitiendo el curso. No se trata de discutir desde las antípodas, porque está claro que los procesos evaluativos son parte de nuestra  existencia en este planeta, pues incluso de ello depende la vida de la gacela en África o que el peatón no muera atropellado tras cruzar una avenida, sino tratar de buscar los equilibrios y puntos medios que devuelvan la humanidad (o mejor) la emocionalidad al proceso, así como establecer la justa medida, ya que –por ambos lados- genera espejismos, o bien, saltos al vacío. 

Recuerdo a Mr. Keating en la clásica escena del pizarrón leyendo al Dr. Pritchard con su escala para calificar un poema en la película “La sociedad de los poetas muertos”; porque no todo es nota en la vida y está claro que no podemos calificar de 7,0 el Guernica de Picasso o de 10 al último álbum de Taylor Swift. Y aunque así fuera no hay nada en juego, como conseguir un empleo o pasar al curso siguiente. No obstante, quienes están en el tribunal calificador (las y los docentes) con su cartel preparado para levantarlo cuando el competidor o el cliente logran su performance, deberían mirar con otros ojos el desempeño educativo que, a diferencia de lo que por años se nos hizo creer, la escuela no es una competencia ni mucho menos una olimpiada en la que se juegue la vida. 

Por Roberto Paz Rivera
Profesor de Estado en Castellano y Filosofía

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