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Seamos sembradores de esperanza

Cuando empezamos a vislumbrar un nuevo año, es sano saber ¿cómo me he sentido en la vida familiar, en la vida laboral?

Tengamos presente siempre que estamos sujetos a estar permanente evaluados; pero creo que a veces nos olvidamos de nosotros; en consecuencia es bueno hacernos una revisión interior, buscar la manera de discernir, entrar en la profundidad de nuestro ser, sacar todo lo que nos ha hecho daño y también lo que nosotros hemos dañado.

Pero con el sentimiento que hay un ser que cada día de nuestra vida nos protege, nos cobija o nos levanta; este es Dios.

Preguntarnos ¿Cómo es mi relación con Él? ¿Cómo intento comunicarme con Él? ¿Qué espacios tengo para orar?

No nos olvidemos que no somos máquinas que están diseñadas para realizar o hacer cosas, sino más bien personas, que estamos sujetas a todas las vicisitudes que encontramos en este caminar por la vida.

Al comenzar un nuevo año se hace necesario descansar y relajar nuestro cuerpo, darnos un tiempo para gozar, para disfrutar, pero sobretodo, estar con las personas a quienes amamos, porque estamos sumergidos en una dinámica de deberes o compromisos, que no nos deja espacios para la convivencia, la cercanía o el saber que está pasando a nuestro alrededor: (esposo(a), hijo(a), familia.)

La vida no es solo el cumplir, el realizar bien los diferentes roles que se desarrollan (padre, madre, amigo, hijo, etc.). Sino más bien un sinnúmero de situaciones que pasan por la vida de cada persona.

No olvidemos que cada uno o una debe realizar su obra, la que Dios nos entrega como un tesoro, al que no hay que despreciar, sino más bien cultivarlo, regándolo cada día.

Me recuerdo de una historia en la que un rey buscaba la felicidad, él lo tenía todo, tierras, dinero, servidumbre, empleados.
Pero siempre aspiraba a más; un día reunió a sus consejeros y les encargó que buscaran la formula de la felicidad.

Ellos empezaron a buscar por todas las regiones del rey, hasta que vieron a una joven que estaba feliz, se acercaron y le preguntaron de dónde venía; ella les contestó que provenía de una montaña; los consejeros continuaron avanzando y encontraron a una pareja que estaban llenos de felicidad, volvieron a preguntar de dónde vienen. Ellos al igual que la joven les contestaron, venimos de la montaña, ya muy curiosos, por qué será lo que encuentran allá en la montaña, qué los hace verse tan felices, les preguntaron, ¿cuál es el origen de esta alegría?. Les contaron que en la montaña vivía un anciano, que tenía la respuesta, que ellos buscaban.

Prestos se fueron hacía la montaña, iban subiendo y encontraban a otras personas que también venían felices, avanzaban hasta que llegaron a la cima de la montaña, empezaron a buscar, hasta que de pronto encontraron a un anciano que estaba con el torso desnudo. Se acercaron y le preguntaron, si él tenía la respuesta de la felicidad. El anciano los miró y solamente les dijo: hay que compartir lo que uno tiene, así uno es feliz y también la persona que recibe. Al bajar de la montaña vieron a una persona que venía colocándose una camisa.

Creo que también cada uno debe centrar su vida en la fe, es ahí donde nos nutrimos, para también nosotros ser personas de bien.

Hoy se hace necesario en esta vida tan agitada, tan llena de compromisos de hacer una detención, ver hacia dónde queremos avanzar y qué cosas queremos realizar.

No nos salgamos nunca de este camino, que hacemos con Jesús y con Dios nuestro Padre, reconozcamos nuestras flaquezas y debilidades, para así realmente ser luz entre tanta oscuridad que se encuentra en la vida.

Hagámonos unos quijotes, esos que quieren alcanzar lo imposible, luchar contra todo mal y vencer a los molinos de viento, hagamos de nuestra una vida, un ideal, que es sabernos hijos e hijas de Dios, apoyando y apoyándonos; compartir y compartiendo; solidario y dando una mano; amando y dejándose amar; protegiendo y sentirse protegido.

Seamos sembradores de esperanza, dejándonos acunar en los brazos de Dios.

Todos y cada uno es responsable de lo que sucede alrededor, en nuestro entorno familiar, levantemos nuestra mirada y uniendo nuestras manos elevemos nuestra plegaria hacia Dios Padre.
Padre en ti confiamos, en ti colocamos nuestra vida, haz de cada uno(a) un instrumento de tu gracia, para así alcanzar la felicidad que tú dispones para cada hijo.

Gracias, Padre Dios, por todo lo que nos regalaste y nos sigues regalando, cuídanos y protégenos de todo mal. Amén.

Hugo Ramírez Cordova.

OvalleHoy.cl