Alegamos en Chile que Piñera no entiende nada, que la clase política, que los empresarios, que el lumpen, que los medios, que nadie entiende nada. Lo lindo eso sí, es que dependiendo desde dónde estamos paradas o parados, acusamos la incapacidad de las y los otros de entender.
Yo no es que entienda mucho,
la verdad, pero algo entiendo, y siento que cada quien algo entiende, pueden ser
entendimientos distintos, y jamás alcanzarán a ser comprensión colectiva si
descartamos el entendimiento individual de antemano, ese entendimiento de los
que no son como yo, de los que están en los otros lados… si los hago
inexistentes por una absurda necesidad de validar el propio entendimiento, y
desde ahí sentirme segura, perpetuaré la cultura de muerte que se nos ha
impuesto y que nos está matando.
Y aquí hay para mí una
clave. Llevamos siglos, quizás milenios, en la obsesión de imponer nuestro
saber, nuestro sentir, a las otras y otros… puro miedo, terror a lo
desconocido, terror de ser contigo y no contra ti. Así nos enseñaron y nos
hemos dejado aprender, desdeñando todos los otros modos múltiples y diversos de
transmisión del saber que no hablaban de competencia sino de colaboración.
Llevamos siglos, quizás milenios, desconectando las pulsiones vitales para
civilizarlas, teniendo miedo de todo aquello que no pueda ser procesado por la
lógica, que desentone con la cultura impuesta. Lo más claro y verificable en
cada cuerpo es la normalización de los instintos. Por ejemplo, ¿quién come
cuando tiene hambre? ¿quien duerme cuando tiene sueño? ¿quién despierta sin
despertador? Nos hemos impuesto el orden que requiere la organización de la
necesidad, no la integración de la necesidad. Y cuando la vida se rebela,
cuando acusamos un despertar, lo que late como invitación es asumir la
inevitabilidad de los instintos, bienvenirlos, integrarlos, sentirlos
indicadores invaluables de conexión con el flujo vital, es decir, pareciera ser
que la invitación más que una nueva ley o un nuevo presidente, es a reconocer
en el otro a un legítimo otro, y desde ahi activar el rehacernos especie
ligados, integrados a las fuerzas de la vida, escuchando el agua que corre por
nuestras venas, la energía que nos conecta.
Esto presupone un montón de
deconstrucciones ¡más vale! Escuchar con el corazón y no con la cabeza,
escuchar agradeciendo tu compartir, no pensando en confrontarlo o
capitalizarlo. Dejar de extrañar al lider o la lidereza, y asumir que no será
bienvenida la abundancia de cada quien si otra vez alguien determina lo que hay
que hacer y lo que no. No es que invite al caos, no, invito a la confianza, si
decimos que se hará un almuerzo colectivo disfrutar lo que cada quien lleve en
vez de obligar a que cada quien aporte con lo que no tiene porque el menú es
único. El sabor nuevo solo asomará en nuestra mesa cuando lo que antes no se
había juntado, el deseo de compartir lo una, la creatividad lo encuentre.
Muchos territorios transitan
de la barricada a la asamblea, del fuego al cabildo, de la indignación a la
dignidad. Aun no se sabe si la dignidad se pide, se exige o se construye; si el
poder se toma, se arrebata o se manifiesta; si hay que negociar con los
políticos o si hay que marginarlos, o si hay que invitarlos no más a las ruedas
de conversación… no sabemos, pero entre tanto se siguen pintando las murallas,
reencontrando los vecinos en la calle, brotando las ollas comunes, presentando
recursos en defensa de la vida abogados y abogadas, escribiendo cartillas,
armando huertas comunitarias, creando comprando juntos… y mientras siga así
viviéndose… Chile cambió.
Consuelo Infante