Pongamos, pues, junto a la democracia a este hombre, que bien podríamos llamar democrático. Nos queda ahora tratar la forma de gobierno y el hombre más hermoso, o sea la tiranía y el tirano. Veamos, amigo mío, con qué carácter se presenta la tiranía (dictadura), porque en cuanto a su origen es casi evidente que proviene de la democracia ¿No será que el deseo inmoderado de aquello que la democracia considera como su bien supremo constituye lo que la destruye?
-¿A qué bien te refieres?
– A la libertad – contesté- En una ciudad gobernada democráticamente oirás, sin duda, que la libertad es el más preciado de todos los bienes y que por ello solo en esa ciudad puede vivir dignamente el hombre que sea libre por naturaleza.
-En efecto, son cosas que se repiten a menudo
-A eso quería llegar, ¿no es el deseo inmoderado de libertad y la despreocupación de todo lo demás lo que induce a cambiar esa forma de gobierno, haciendo sentir la necesidad de la tiranía? Creo que cuando una sociedad gobernada democráticamente y sedienta de libertad tiene a su cabeza malos escanciadores y bebe más de la cuenta del vino de la libertad hasta llegar a emborracharse, castiga a sus propios gobernantes si no llevan la complacencia al punto de concederle la más absoluta libertad, acusándolos de malvados y oligárquicos.
-Así ocurre, efectivamente.
-La ciudad alaba y honra, tanto en la vida pública como privada, a, los gobernantes. Es inevitable, amigo, que la anarquía se introduzca en los domicilios y acabe por infundirse hasta en los animales.
-¿Qué quieres decir con esto?
-Que el padre trata al hijo de igual a igual y hasta llega a temerle, y que el hijo, a su vez, no respeta ni ama a su padre, porque quiere ser libre. A ello se agregan otros males: el maestro teme y adula a sus discípulos, y éstos menosprecian a sus maestros y preceptores; en general, los jóvenes quieren igualarse a los viejos y los viejos, llenos de condescendencia, afectan un tono festivo y tratan de imitarlos. Si no me equivoco, amigo, éste es el principio del cual nace la tiranía. La misma enfermedad que perdió a la oligarquía adquiere mayor virulencia a causa del exceso de libertad que hay en la democracia y acaba por reducirla a la esclavitud, porque es evidente que todo exceso suele producir el exceso contrario. Es natural que la tiranía no pueda surgir sino en el sistema de gobierno democrático. ¿Y, acaso no es verdad que el pueblo tiene invariablemente la costumbre de poner a su cabeza un favorito cuyo poder alimenta y crece?
-Tal es su costumbre, en efecto.
-Es, pues, evidente que la tiranía, siempre que nace, surge de esa raíz que suele llamarse caudillo del pueblo.
-Es evidente, en efecto.
-¿Y cuándo empieza el caudillo del pueblo a convertirse en tirano? ¿No es manifiesto que la transición se cumple cuando aquél empieza a hacer algo semejante a lo que cuenta la fábula sobre el Templo de Zeus Liceo en Acadia?
-¿Qué fábula?
-La que cuenta que el que llega a gustar de las entrañas humanas, cortadas en trozos y mezcladas con la de otras víctimas, se convierte inevitablemente en lobo. De igual modo, cuando el caudillo del pueblo, teniendo consigo a la multitud perfectamente sumisa, no se abstiene de verter la sangre de hombres de su propia raza y, mediante acusaciones injustas, procedimiento caro a los de su especie, los arrastra ante los tribunales y mancha su conciencia haciéndoles quitar la vida, cuando destierra y mata. ¿No es acaso inevitable, y como una ley del destino, que ese hombre perezca a manos de sus enemigos o que se haga un tirano y se convierta en lobo? Pero cuando haya terminado con sus enemigos exteriores, suscitará guerras para que el pueblo sienta la necesidad de un jefe. Y también para que los ciudadanos empobrecidos por los impuestos, se entreguen de lleno a trabajar para ganar el sustento diario y conspiren menos contra él. Mientras más odioso se haga por su conducta a los ciudadanos, tanto más le será preciso rodearse de una guardia numerosa y fiel. ¿De dónde los hará venir?
-No será necesario llamarlos- dijo- Acudirán en gran número y espontáneamente, si le das soldada.
(Textual, Platón, La República, Libro VIII)
Parte de una teoría política expuesta por el célebre pensador en el siglo IV a.C. que refleja las consecuencias del ejercicio irresponsable de la democracia y del abuso de la libertad.
Para tomar conciencia, reflexionar y actuar en consecuencia dado la semejanza de la teoría con la realidad que vive y ha vivido nuestro país.
Héctor Alfaro Jeraldo