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Todo tiene una historia que no puedo dejar de contar.

Con profunda tristeza leí en las redes sociales del fallecimiento del padre Lorenzo Baderna, sacerdote barnabita que me acompañó durante mis tres años en el Seminario Conciliar de La Serena.

Todo tiene una historia que no puedo dejar de contar.

Comenzaba el año 1969 y yo había sido declarado “persona non grata” en el Liceo Alejandro Álvarez Jofré de Ovalle, un establecimiento en el que en los últimos años pasaba más en la oficina del rector que en la sala de clases. Un lugar en el que, me decía, nunca fui comprendido y donde nunca nadie supo descubrir mis potencialidades. Hasta que llegó el momento que me mostraron la puerta ancha y nadie derramó una sola lágrima por mi partida.

Mi padre, en castigo, resolvió entonces internarme en el seminario Conciliar de La Serena donde – mal informado mi progenitor – creía que todavía estaban unos curas alemanes, enormes, corpulentos,  que aplicaban la vieja norma que la letra con sangre entra, a coscachos y a bofetadas.

Craso error. Llegué  a un lugar de curas italianos que me acogieron con bondad y sabiduría.

Ellos descubrieron mis talentos literarios y los estimularon a fondo. También, don Pedro Vicigalli, descubrió mi capacidades para el basquetbol, y las desarrollaron hasta llegar a integrar la selección Adulta del colegio que participaba en las competencias locales,  con la que cada cierto tiempo hacíamos giras a otras ciudades.

Ahí desarrollé también condiciones de liderazgo, eligiendo desde las sombras candidatos para asumir las directrices del Centro de alumnos, y llevarlos a la victoria a como diera lugar. Casi siempre eran ovallinos.

En los tres años que estuve en el internado lo hice bajo la paciente mirada de don Lorenzo Baderna, lo más cercano que he conocido a un hombre santo, aunque igual solíamos sacarle canas verdes, y sacarlo de sus casillas. No obstante a menudo tuve la sospecha que él siempre estaba al tanto de las barrabasadas que hacíamos cada cierto tiempo a sus espaldas.

Sí, pasé días inolvidables en ese colegio y conocí amigos que no los veo con frecuencia pero que igual recuerdo con cariño.

Y hoy al enterarme de la muerte de don Lorenzo  me he quedado consternado durante largos minutos ante el computador, con los ojos llenos de lágrimas.

Tal vez no por él, que sin duda tiene que estar en un lugar mejor  acompañando a Dios, sino por mi, por mi juventud, y por esos años inolvidables que me hicieron recuperar la confianza en el sistema educativo y que no volverán.

Estoy seguro que sin su apoyo, su estímulo, su confianza (y la de todos los demás curas) yo no habría llegado a ser lo que soy en la actualidad como persona, como profesional y como escritor.

Adiós don Lorenzo, muchas gracias por todo lo que me dio. Y lamento no haber podido decírselo en persona.

Tal ver por eso lloro.

Mario Banic Illanes

Escritor

OvalleHoy.cl