El jueves 22, casi clausurando la XXX Feria del Libro de Ovalle, será presentada la novela “La Maldición de la Hacienda”, novela de la escritora ovallina Patricia Badilla. Hoy publicamos un extracto de la obra de 200 páginas.
“Narrada en tercera persona por un relator omnisciente, La maldición de la hacienda es la historia de cinco hermanas: Esperanza, Victoria, Gloria, Independencia y Libertad. Todas hijas del poderoso hacendado, Don Ambrosio Ossa, quien lamenta profundamente que su esposa le haya parido sólo hembras, condición por la cual las considera indignas de recibir su legado. Su mirada se centra, entonces, en la posibilidad de que alguna –exceptuando a Libertad que ha abrazado la vida religiosa- le dé el nieto heredero. Sin embargo, uno tras otro, los pretendientes de ellas van desapareciendo inexplicablemente”, reseña el escritor Wilfredo Castro, que el 22 a las 19. 30 horas será el encargado de la presentación bde la obra.
“Los acontecimientos y pasiones humanas se desarrollan en paralelo a la manifestación sobrenatural de espectros y fantasmas que hacen suya la casona patronal, deambulando entre los moradores apenas siendo percibidos por Libertad. Los personajes de variada índole, generan su propia vida y la enlazan con delgados hilos con el acontecer de la hacienda y las hermanas Ossa”, agrega Castro.
Es la novela mas sorprendente publicada por un escritor ovallino en las últimas décadas y un gran aporte a la narrativa regional.
EXTRACTO DE LA NOVELA
Libertad habría de recordar por siempre el día en que su madre recibiera en la hacienda un retrato de cuerpo entero que un afamado pintor le hiciera en Francia. Al desempacarlo exhaló un fuerte aroma a azahares. El marco estaba traslapado por un metal forjado, envejecido por el cardenillo. Predominaban los tonos pastel y sepia sobre el sombrero, la arboleda del fondo y la falda muselina, y la blusa se perdía en lánguidas pinceladas. El rojo carmesí de los labios era una dimensión aparte, superpuesta, que destacaba del cuadro de una manera arrobadora. Su sonrisa denotaba sarcasmo a interpretación de algunos, coquetería según apreciación de otros, y los menos murmuraban por lo bajo que era maldad pura la que ahí se cifraba. La pintura sería enviada a Chile después de darle los últimos retoques de acuerdo a lo convenido con el artista, sin embargo, por extrañas circunstancias deambuló durante años por distintos puertos del mundo. Primeramente fue desembarcada en un puerto de la costa de México por un navío noruego que hiciera escala en una rada francesa. Desde ahí fue remitida a Noruega, creyéndolo su país de origen. Luego retornó a Francia para volver a zarpar, y en adelante estaría navegando incesablemente hasta que las fuerzas del destino la hicieron arribar al puerto de Coquimbo, cubierta por toda suerte de estampas que indicaban su pasada peregrina por los distintos atracaderos del globo. Por casualidad, un antiguo amigo de la familia de doña Trinidad se topó con su añorada obra de arte en uno de los depósitos portuarios. Sobre la chimenea halló su último aposento, y pese a que recién acaecido el fallecimiento de la mujer sus hijas lo ornamentaron como un altar, don Ambrosio se antepuso con la decisión de relegarlo tras el veto de una sábana.
Libertad recordaba haber visto dos cuervos con la llegada del cuadro, que miraron a través de los cristales de la ventana, se asintieron mutuamente, y alzando el vuelo se perdieron en los grises cielos de agosto. Luego vio una sombra discurriéndose por las nervaduras de la caja que lo contenía, que se expandió y se coló en el piso. Desde entonces percibió en el ambiente un invierno arraigado, luctuoso, también vio florecer el moho perenne que recubría los cimientos de la casa, que reptó por las paredes y las llenó de las siluetas que atormentaban a Esperanza, que trasminó las cerámicas del comedor y tapizó las patas de la mesa; más de alguna vez se treparía por los pies de algún distraído comensal, por lo que fue necesario colocar escabeles en cada puesto. Desde aquel día nuevos inquilinos transitaban por las habitaciones, a menudo encaramados en las espaldas de las señoritas. Generalmente estaban malhumorados y letárgicos. Sus conversaciones eran murmullos inentendibles con ademanes que fluctuaban entre lo soez y lo burlesco. A Libertad le sorprendía que nadie más los percibiese pues le parecían tremendamente gravosos. Más de alguna vez atrapó a uno, al que distinguía por su doble corrida de dientes, enredando el pelo de Gloria entre las forjas de su silla. Había uno que tenía aspecto de comadreja, que se escabullía entre los muebles e impregnaba todo con su pestilente tufo a tabaco. Pero uno en particular la acompañaba a donde fuera, ella incluso le procuraba un puesto en la mesa. Su diminuta cabeza estaba encallada entre afilados hombros, sus ojos relumbraban melancólicos en un rostro pálido, y sus labios estaban sellados por una imposición de silencio. Era evidente que no pertenecía a la misma estirpe que el resto. La monja creía que era el espíritu de un niño que erraba en su limbo.
Libertad habría de recordarlo por siempre, desde el arribo del retrato aquel todas las cosas cambiarían en la hacienda y la fatalidad hallaría su cenit en la muerte de doña Trinidad, por indirecta implicancia de su padre, su papel en la vida sería recalcárselo.