El singular guayacán de tronco retorcido y un poco más de un metro de altura, que se ubica a un costado de la pérgola en la reserva de las chinchillas, a veces nos sorprende con asombrosos episodios de la vida silvestre, que ocurren en su entorno o bajo el alero protector de su compacto e impenetrable follaje.
A finales de la primavera anterior, unas pequeñas crías de ratón cola de pincel, también conocido como degu, comenzaron ha asomarse en las distintas salidas de la madriguera ubicada a los pies del guayacán; con sus ojitos redondos y brillantes daban un rápido vistazo al mundo exterior y ante el menor ruido, se sumergían velozmente en los estrechos laberintos de tierra que hasta ese momento eran su único mundo conocido.
En la medida que crecían se aventuraban a explorar la superficie, alejándose cada vez más de la entrada de su hogar. En uno de esos días de intensa actividad, una turca, ave emparentada con el hued hued del sur, se abrió camino entre los jóvenes roedores y con pasos vigorosos ingresó a la misma madriguera llevando en su pico una abundante carga de comida.
El ingreso de la turca a la madriguera de los roedores, llevando comida como si estuviera alimentando a sus crías, nos dejó muy intrigados puesto que era evidente que esa cueva estaba ocupada por los degus. Sin embargo en pocos días algo totalmente inesperado nos quebró completamente el esquema; un hermoso polluelo de turca, de patas grandes, cola muy corta y cuerpo rechoncho, salió desde la madriguera al encuentro de su madre o padre, que en ese momento llegaba a alimentarlo.
Una vez que entregó la dosis de comida, rápidamente el adulto se retiró en busca de nuevas presas, mientras que el estrambótico polluelo se quedó en medio de sus compañeros cola de pincel siguiendo con interés sus movimientos, girando con sus desproporcionadas extremidades hacia los lactantes roedores, cada vez que estos se le acercaban por la retaguardia, con inagotable curiosidad.
La pequeña turca los observaba con interés, exhibiendo sobre su cabeza unas largas y pintorescas pelusas desordenadas que acentuaban su encantadora condición infantil. Repentinamente y sin previo aviso desapareció en el interior de la amplia cueva, abriéndose paso entre las crías de degus, que entraban y salían de la misma madriguera.
Al llegar el verano, las dos camadas de degus se veían muy saludables y eran una clara señal de la exitosa temporada reproductiva de la pujante colonia de roedores. Más de una docena de inquietos juveniles, pululaban alrededor del guayacán protagonizando vivencias que nos proporcionaban detalles prácticamente desconocidos sobre su asombroso comportamiento.
Cómo no mencionar el día en que a la hora del almuerzo de los guardaparques, un grupo de cinco adolescentes cola de pincel se alejaron varios metros de la seguridad del guayacán, acercándose hasta los pies de la mesa, con intención de hacerse partícipes del almuerzo de sus solícitos protectores.
Debo confesar que ante la llegada de estos inesperados invitados, no fue posible resistirse a la tentación de lanzar sobre sus cabezas una que otra apetitosa miga de pan.
Los jóvenes roedores recibieron con entusiasmo los bocados que gentilmente les ofrecimos, sin embargo tuvieron que disputarse el menú con otra clase de juveniles que habían llegado al lugar con la misma intención; tres jóvenes iguanas chilenas saltaron rápidamente para atrapar la comida. En ese momento se generó una sorprendente pelea entre los numerosos convidados de piedra.
Algunos cola de pincel retrocedieron sorprendidos ante la presencia de los jóvenes de sangre fría pero sus hermanos más osados, atacaron a los lagartos profiriendo quizás que insultos, en un sermón de chillidos acompañados por mordiscos y arañazos, que hicieron rodar por el suelo a reptiles y roedores en medio de una nube de polvo.
Sin salir de nuestro asombro, comentamos que el desenlace de esta lucha habría sido muy distinto si los reptiles fueran adultos. Sin dudas, los atrevidos cola de pincel no habrían tenido ninguna posibilidad y lo más probable es que hubiesen terminado convertidos en presa.
La sorpresiva y breve contienda de cinco contra tres parecía inclinarse a favor de los roedores, sin embargo una cuarta iguana juvenil un tanto más grande que las demás que apareció no sé de donde, cambió los resultados a tal punto que en un abrir y cerrar de ojos, observé a los cinco jóvenes cola de pincel corriendo en busca de la seguridad del guayacán, seguidos muy de cerca por la última iguana que se sumó a la pelea.
Simultáneamente los otros reptiles juveniles que habían participado en la disputa, habían desaparecido de la escena probablemente mordidos y asustados. Por su parte bajo la sombra del guayacán la iguana juvenil de mayor tamaño muy concentrada en la persecución, se había introducido en el interior de la madriguera detrás de sus oponentes, manteniendo el suspenso del desenlace de este episodio.
Sin embargo transcurridos algunos segundos, el osado reptil reapareció en la superficie huyendo, perseguido muy de cerca por un enorme cola de pincel adulto que no toleró tan descarada violación a su domicilio y mucho menos la agresión a sus crías.
La desesperada carrera del escamoso juvenil rápidamente puso distancia entre el y su perseguidor sin embargo el enérgico despliegue de velocidad llegó a su fin al chocar frontalmente con una iguana adulta que se cruzó en su camino.
Sorpresivamente ambos reptiles curvaron sus cuerpos y rodaron por el suelo… al instante se notó la supremacía de la iguana mas grande que sujetaba firmemente al juvenil cerrando sus mandíbulas sobre la base de su cola…
Sin embargo cuando parecía que el joven reptil no tenía escapatoria, se desprendió de la cola huyendo velozmente dejando la mitad de su longitud atrapada en las mandíbulas de la enorme iguana.
En ese momento el adulto dejó de lado al juvenil, concentrando toda su atención en la movediza cola que se retorcía en sus mandíbulas, impulsada por incontenibles movimientos reflejos que estimulaban el instinto cazador del reptil mientras la engullía con avidez, como si se tratara del más exquisito de los manjares.
Finalmente, una vez que la enorme iguana se retiró del lugar, uno a uno los jóvenes roedores cola de pincel volvieron a asomarse sigilosos en la entrada de la madriguera, vigilados por el adulto que había salido en su defensa, retornando nuevamente la calma después estas sorprendentes y vertiginosas vivencias en el guayacán.
Mario A. Ortiz Lafferte.
Publicado en la revista digital «BIOMA vida al sur de la tierra», ( Noviembre).