La Gorda, mi esposa, pidió que aprovechara mi fin de semana de descanso para que sacara un plato que había quedado atascado en el fondo de una olla.
En los días anteriores todo el barrio había intentado hacerlo de manera infructuosa, utilizando distintos métodos, entre esos agua y aceite (que habían quedado en el fondo de la cacerola) para sacar el bendito plato, sin más resultados que atascarlo aun más en el fondo.
Examiné el estropicio unos segundos y recordé las lecciones de Física del padre Piccetti en el Seminario de La Serena en mi época escolar que aseguraba que el coeficiente de dilatación de la losa es distinto al del aluminio. Resuelto esto, puse la olla en un quemador de la cocina a, fuego lento, y con un cuchillo en mano esperé atento alguna reacción.
¿Reacción? Pues que a los cinco minutos se produjo un repentino estallido, el plato salió volando en trozos hasta el techo mientras el agua hirviendo me saltaba al rostro y la camisa.
Corrí hasta la
llave mas cercana y me empapé el rostro con agua fría hasta que el ardor de la
piel remitió, aun con el corazón agitado.
Me examiné unos minutos en el espejo del baño hasta comprobar con alivio que mi hermoso rostro no había resultado con daños mayores excepto un notorio enrojecimiento.
No obstante eso, un poco mas tranquilo, al mediodía salí a la calle a hacer las compras y en una esquina me encontré con el Comandante Pancho, dirigente de la Afusam, que me escrutó el rostro enrojecido.
“Y que le pasó
compañero en el caracho? Parece jaiba”, preguntó asombrado.
Y me vi obligado a explicarle los motivos. Después de todo con el Pancho somos amigos desde hace tiempo.
El movió la cabeza:
“Así es pues
compañero. Esto es como cuando al pueblo se lo oprime durante tanto tiempo y se
aplica aunque sea un fosforito, se produce una explosión social. ¡BUM! El
pueblo sale a las calles y se manifiesta…”, comentó después de escucharme con
la boca abierta.
“Pancho… estamos
hablando de una olla”, lo interrumpí.
“Ese es el país
en estos momentos, pues compañero. Una olla hirviendo por las injusticias que
se han cocinado durante 30 años…Las AFP, la Salud, la educación,…”
Y lo dejé
hablando solo en la esquina.
En la plaza, frente al kiosco de diarios del Correos, encuentro al Pepe, un amigo piñerista, que lee los titulares de los diarios. El también advierte con sorpresa mi rostro enrojecido. Y le cuento lo ocurrido, el agua hirviendo en el rostro y los trozos del plato que quedaron dispersos por el piso de la cocina.
“Bueno, no se
puede conseguir la conservación de un modelo que ha sido elogiado por el mundo si
no se rompen algunos platos”, dice finalmente.
“Y que tiene que
ver el modelo, aquí. ¡No me escuchaste? Casi me quemo”, digo molesto. Después
advierto que se refiere a los titulares de un diario capitalino.
“Los platos
pueden ser repuestos y ya…”.
En el café está mi compadre, el Ramón leyendo el diario. Me siento frente al él y para desahogarme le refiero lo de la cacerola y el plato.
“¿Es que usted es h… o lo nombraron nuevo Ministro de Piñera, compadre?”, dice después asombrado mirándome el rostro de piel enrojecida. “¿Qué se creía Mcguiver compadre, con eso de los coeficientes de dilatación y esas otras vainas… ¡Eso solo se ven en las películas de la televisión!”.
Y me suelta que me pude quemar el rostro, los ojos y el poco cabello que me va quedando. “¡Utas que es h… compadre! ¿Cómo se le fue ocurrir!”.
Y se queda diez
minutos retándome mientras compartimos un café.
“Y a todo esto, ¿Qué dice la Comadre?”, pregunta.
“¿La Gorda?. No quiero ni pensar en lo que dirá cuando regrese a casa».
Y me voy todo el camino de vuelta, pensando en lo que le diré. Tal vez ni siquiera le cuente, o al menos le contaría solo una parte de la historia. Después de todo el plato lo compré en los chinos hace un mes, y si lo repongo ni se va a notar. Tal vez.
Pero apenas abro la puerta de la casa, lo primero que me pregunta al verme:
“¿Porqué tan
colorado?. No me digas que otra vez te olvidaste de ponerte protector solar!”,
dice y desde mi oficina del segundo piso la escucho refunfuñar en la cocina.
“Tantas veces que le he dicho que no se vaya a olvidar… Con lo delicado que tiene la piel.. ¡Y después dicen que soy jodida ¿no?”.
Mañana a primera hora compraré un nuevo plato para reponer el destruido.
Sé que en esto debe haber una moraleja, pero aun no atino a descubrir cual.
Mario Banic Illanes
Escritor