«Rubina presenta un total de 27 relatos de ficción, unos del tipo micro cuentos y otros un poco más extensos, pero siempre saludablemente breves». Por Gabriel Canihuante.

Supe por las llamadas redes sociales que Ramón Rubina publicó un nuevo libro. Leí que había tenido que editar en Argentina porque acá no le había sido posible. Y me enteré de que lo presentó, con bastante éxito, allende los Andes.

En la década de los ´90 intenté entrevistar a Ramón para un programa radial, proyecto Fondo del Libro, en que se conversó con escritores de las tres provincias de Coquimbo. Por alguna razón que ya olvidé, él no pudo venir pero conocí entonces parte de su obra y me interesó como autor.

Compré ahora “La calle del fin del mundo”, sugerente título para este breve libro (60 páginas) en que Rubina presenta un total de 27 relatos de ficción, unos del tipo micro cuentos y otros un poco más extensos, pero siempre  saludablemente  breves.

Ramón es ovallino de nacimiento y si no me equivoco ha vivido toda su vida en la capital del Limarí. Él ha publicado libros de poesía, como “Eros y palabras” (1980); obras de teatro como “Cantando bajo la lluvia” (1996) y éste es su primer libro de cuentos publicado. Sin duda hablamos de un autor con trayectoria, que sabe del oficio y de una creatividad, escasa en estos días.

En estos cuentos muestra un mundo particular, ese que termina en su calle, la que “Nacía como Maestranza y pasando la Alameda tomaba el nombre de Libertad”, y desde ahí nos lleva de paseo con sus personajes e historias. Conocemos entonces sus ejes de la infancia: el río, la bicicleta, el cine y algo más. Y espiamos en algunos rincones de pobreza, donde niños del barrio se bañaban en un charco mugriento a poto pelado o en calzoncillos.

Rubina no pierde tiempo en su narrativa. No digo que vaya directo al grano, sino que anda de prisa pero en la medida justa y necesaria para describir personajes y paisajes y en los tiempos precisos para que la acción sea entretenida, sin baches ni rodeos inocuos. Y suele sorprender con sus finales, inesperados, impensados, deliciosamente bien creados.
Su libro se puede leer en un par de horas, pero se goza de principio a fin, disfrutando esos 27 momentos. Se termina rápido por lo mismo y nos deja esa sensación de “gusto a poco”. Al igual que cuando se nos acaba un postre delicioso o algo que nos produce placer y nos deja con ganas de más. Cada uno lo compara con lo que quiere, pero se entiende.

El editor de la obra, Adrián Campillay, ha dicho que “…tal vez lo más inquietante y además elemento constitutivo de la verdad y belleza de este libro sea que tanto lo fantástico como lo maravilloso, lo imposible, lo inadmisiblemente horroroso y hasta lo milagroso, está impregnado de realidad; pero no en el sentido documental, sino en el que solo puede lograr la poesía”.

Personajes queribles o no, lugares que parecen conocidos o lo son, historias que no quisiéramos vivir pero que sabemos son muchas veces reales. Todo eso y más -fantasías y deseos reprimidos- se pueden encontrar en esta “Calle del fin del mundo”, publicado por El Momo Editor, en San Juan. Recién en julio salió a la luz, está fresquito. Y como pan fresco, recién horneado y con aroma de tal, les ofrezco estas lecturas porque seguro que Rubina y su pluma no los decepcionará.

Si alguien quiere acceder a esta obra local, financiada sin apoyo estatal, puede contactar a Ramón en su página de Facebook: https://www.facebook.com/pages/La-calle-del-fin-del-mundo/324142451270166 . No es gratis, obvio. Pero tampoco se van a desangrar por esta compra. Y en una de esas tendremos a Rubina en alguna de las tantas Ferias del Libro que ya se organizan por estos días. No solo de fiestas patrias vive el chileno.

Por Gabriel Canihuante Maureira

Señores Diario OvalleHOY:
Alrededor de la medianoche del martes 31 de agosto un gran camión pasó por la calle Yungay, en la población Fray Jorge, arrasando con el tendido de cables de electricidad y telefonía de mi domicilio donde tengo mis oficinas. Unos fueron cortados de inmediato, en tanto otros quedaron a muy baja altura sobre la calle.

Llamamos a carabineros para informar del riesgo que significaba para los automovilistas  estos cables suspendidos. Pero estos sólo llegaron seis horas mas tarde, de madrugada, y mi hija se tuvo que levantar en piyama para informarles de lo ocurrido. Por suerte no estábamos siendo asaltados.

Otros camiones durante las horas siguientes hicieron el resto de la tarea y al levantarme en la mañana los restos de cables estaban tirados en el suelo sobre la calle o colgando de mi reja o la de la vecina. Me puse en contacto con las tres empresas involucradas en el perjuicio para informarles de la situación.

En las primeras horas de esa misma mañana llegó personal de Conafe, instaló una nueva escuadra metálica (Estructura que recibe en la casa los cables desde el otro extremo de la calzada) y luego se marcharon. Esa misma tarde, personal de cable color llegó para restablecer el servicio de cable, aprovechando la misma estructura dejada por los eléctricos.

En la empresa Movistar, cuando llamé, me informaron que estaban en condiciones de concurrir el martes siguiente. Es decir el martes 6 de septiembre.

–    ¡Como!! O sea la próxima semana, o sea el próximo mes – bromeé, pensando que no hablaba en serio.

–    Vamos a tratar de hacerlo antes… – me dijo la voz de mujer al otro lado de la línea.

Y ahí me di cuenta que hablaba en serio.

Desde entonces, prácticamente una semana, permanecimos en la casa sin comunicación telefónica y sin los servicios de internet.

Es verdad que ocasionalmente  hemos pasado un día o dos con el servicio suspendido porque he olvidado pagar oportunamente la cuenta ( $ 90.000 mensual) , pero en este caso era distinto porque el padre de mi esposa está gravemente enfermo y necesitábamos estar comunicados con su casa casi a cada momento.

Hoy sin rebajar un solo día, llegaron los encargados de Movistar y reconectaron los cables rotos. Cuando le hice notar al encargado mi molestia por la tardanza, se encogió de hombres asegurando que recién hoy les habían pasado la tarea.

–    ¿Y qué hago ahora con eso? – les pregunté mostrándoles la antigua escuadra rota, y decenas de metros de cables colgando  rotos y enrollados sobre la reja.

Nuevo encogimiento de hombros:

–    Ese es problema de las otras empresas .

Bueno, como se puede ver, Movistar, como en la hípica, llegó “placé”. Es decir, en tercer lugar detrás de Conafe y Cable Color.

¿Ese es el servicio que ofrecen a todos sus clientes cuando hay una emergencia?

Bueno, como siempre me gusta jugar a ganador, y no al “burro” más lento (siguiendo el ejemplo de la hípica) ahora tengo las ofertas de otras tres empresas de telefonía que ofrecen el mismo servicio, incluso a un valor inferior. Y en los próximos días tendré que decidir a cual trasladarme.

Mario Banic Illanes